Alexandra David-Néel

Mujeres Geniales - Filosofía

Alexandra David-Néel nació en 1868 en Francia. Fue cantante de ópera, compositora, pianista, periodista, fotógrafa, conferenciante, espiritualista y escritora. Escribió más de treinta libros acerca de religiones orientales, filosofía y sobre sus viajes. Fue la primera mujer occidental recibida por el Dalai Lama, y consiguió entrar en Lhasa, la capital del Tíbet, cuando estaba prohibida para los extranjeros.


Alexandra David-Néel, una de las más grandes viajeras de todos los tiempos

Nacimiento: 24 de octubre de 1868.

Fallecimiento           : 8 de septiembre de 1969, cien años.

Nacionalidad: francesa

Ocupación: cantante, periodista, exploradora, escritora, feminista.

Cónyuge:Philippe Néel (1904-1911).

Louise Eugénie Alexandrine Marie David, más conocida por su pseudónimo Alexandra David-Néel (24 de octubre de 1868, Saint-Mandé – 8 de septiembre de 1969, Digne-les-Bains) fue sucesiva o simultáneamente orientalista, cantante de ópera, compositora, pianista, periodista, fotógrafa, conferenciante, anarquista, espiritualista, budista y escritora franco-belga, entre otros oficios que nunca dejaron de ser vertientes diferentes de su principal objetivo: la exploración, la búsqueda.

Nació en París. Su madre era de origen escandinavo y fuerte arraigo católico. Su padre formaba parte de un árbol genealógico con sólidas raíces en la burguesía francesa. Era la única hija en un ambiente familiar austero y bien situado. Contra todas las expectativas, ella acabaría manifestándose como una adolescente rebelde, una joven anarquista y, finalmente, una de las más sabias y reconocidas librepensadoras del s. XX.

Antes de los veinte años, ya contaba en su currículum con un libro de ideología anarquista prologado por Eliseo Reclús, un viaje en bicicleta a España, Italia y Suiza y estudios en la Sociedad Teosófica con Helena P. Blavatsky. Se dice que llegó a ingresar en la masonería. A los veinticinco años ya había viajado a la India y a Túnez. En este país estudió el Corán y practicó la religión islámica, apenas cinco años antes de que Isabelle Eberhardt anduviese por allí haciendo cosas parecidas.

Había estudiado música y canto, y su buena voz le permitió debutar como diva de la ópera de Hanoi, apadrinada por el compositor Massenet.

Es conocida principalmente por su visita a Lhasa (1924), capital del Tíbet, ciudad prohibida a los extranjeros. Escribió más de treinta libros acerca de religiones orientales, filosofía y de sus viajes. Sus enseñanzas fueron trasmitidas por sus principales amigos y discípulos: Yondgen y el francés Swami Asuri Kapila (Cesar Della Rosa). Sus obras han sido muy bien documentadas e influyeron en los escritores Jack Kerouac y Allen Ginsberg, así como en el filósofo Alan Watts.

Infancia y juventud (1868-1904)

Se cuenta que su primera escapada del hogar familiar tuvo lugar cuando solo contaba dos años de edad. Salió de su casa, atravesó el jardín y traspasó sin dudarlo la verja abierta. Dicho así, puede sonar como una travesura sin más significado, si no fuera porque tres años más tarde volvería a repetirse una iniciativa similar. En esta ocasión se internó sola por el bosque de Vincennes, en las afueras de París. Lógicamente, su familia hizo correr la voz de alarma y al caer la noche era encontrada por un guarda, que la condujo a la estación de policía, donde esperaban su madre y su padre. ¿Suponéis que la niña estaba asustada, agradecida a su salvador y feliz de volver a estar bajo la protección familiar? Lo cierto es que cuentan las crónicas que, en vez de eso, la pequeña arañaba con saña la mano del guarda que la obligaba a renunciar a su aventura solitaria y ya en la misma estación de policía juró venganza, algún día, contra esas personas mayores que siempre estaban impidiéndole hacer las cosas que realmente deseaba hacer. Algún día lo conseguiría: se iría de casa y nadie podría encontrarla. Lo juró.

Solo era el preámbulo de una larga serie de fugas del hogar familiar, que se repetirían a lo largo de su adolescencia y juventud.

Mientras que su vida privilegiada estaba llena de «distracciones» y ociosas formas de pasar el tiempo («matar el tiempo», según ella), Alexandra no solo despreciaba, sino que condenaba «el sinsentido de esa masacre».

Así es como recuerda ella su infancia:

«A veces lloraba lágrimas amargas, con el profundo sentimiento de que la vida se me escapaba de las manos, que los días de mi juventud se esfumaban, vacíos, sin interés, sin alegría. Entendía que estaba desperdiciando un tiempo que nunca recuperaría, que estaban pasando de largo horas y horas que podían haber sido hermosas. Mis padres –como la mayoría de los padres que han criado, si no una gran águila, al menos una diminuta águila obsesionada con volar a través del espacio– no podían comprender esto y, aunque no eran peores que otros, lo cierto es que llegaron a hacerme más daño que el más incansable de los enemigos».

A los seis años se mudó a Ixelles (una de las comunas de Bruselas).

El padre de Alexandra fue profesor (y militante republicano a raíz de la revolución de 1848, amigo del geógrafo anarquista Élisée Reclus), y su madre, una mujer católica que quiso para ella una educación religiosa. Alexandra frecuentó durante toda su infancia y su adolescencia a Élisée Reclus. Este la llevó a interesarse por las ideas anarquistas de la época (Max Stirner, Mijaíl Bakunin…) y por las ideas feministas que le inspiraron la publicación de Pour la vie. Por otra parte, se convirtió en colaboradora libre de La Fronde, periódico feminista administrado cooperativamente por mujeres, creado por Marguerite Durand, y participó en varias reuniones del «Consejo Nacional de Mujeres Francesas» o italianas, aunque rechazó algunas posiciones adoptadas en estas reuniones (por ejemplo, el derecho al voto), prefiriendo la lucha por la emancipación a nivel económico, según ella causa esencial de la desgracia de las mujeres, que no pueden disfrutar de independencia financiera. Por otra parte, Alexandra se alejó de estas «amables aves, de precioso plumaje», refiriéndose a las feministas procedentes de la alta sociedad, que olvidaban la lucha económica a la que debían enfrentarse la mayoría de las mujeres.

A los quince años se escapó a Inglaterra, y solo regresó a casa cuando se quedó sin dinero. Ya entonces se declaraba seguidora de Epicteto y la filosofía estoica, así que en su siguiente escapada, a los diecisiete años (la primera que ella consideraría como un «viaje de verdad»), solo se llevó como equipaje el manual de Epicteto. Cogió un tren en Bruselas (donde vivía con su familia) hasta Suiza, cruzó a pie el paso de San Gotthard y visitó los lagos italianos. Una vez más, su madre pondría fin a este viaje tras encontrarla en el lago Maggiore sin dinero.

A los dieciocho años visitó España en bicicleta (sin decir una palabra a su familia, como siempre), cruzó la Riviera francesa y regresó por el Monte San-Michel, siendo así la primera mujer que llevaría a cabo el tour de Francia en bicicleta.

Mayoría de edad

Cuando cumplió los veintiún años y alcanzó la mayoría de edad, a nadie le sorprendió que dejara la casa familiar. Se instaló nuevamente en París, donde compaginaba sus estudios de las filosofías orientales con una fuerte vocación anarquista. Escribió un tratado anarquista que ninguna editorial quiso publicar, dado que cuestionaba y atacaba frontalmente los abusos del Estado, el Ejército, la Iglesia y la macroeconomía. Finalmente, ella misma pudo hacer una autoedición con la ayuda de su compañero, el músico y compositor Jean Haustont. El libro nunca llegó al gran público, pero se ganó el interés de los círculos anarquistas en todo el mundo, llegando a ser traducido a cinco lenguas, entre ellas el ruso.

Mientras tanto, Alexandra había estudiado música y canto, y se había convertido en una exitosa cantante de ópera, lo cual le daba ocasión de seguir viajando por el mundo. Creativa en cualquier campo que tocara, compuso, junto a su compañero sentimental, un drama lírico titulado Lidia, con el que viajó por toda Europa. Sin embargo, la combinación de su búsqueda espiritual y su vocación por la música, la había convertido en una amante de los cantos tibetanos (que había descubierto en su estancia de un año en la India, en la que había invertido la herencia de su abuela), así como de las oraciones musulmanas, y en especial, la llamada del muecín. Fue en el transcurso de su estancia en Túnez (donde dirigía el casino al tiempo que estudiaba el Corán) cuando conoció a un ingeniero de ferrocarriles, con el que decidió casarse, cuando contaba treinta y seis años.

La mujer casada (1904-1911)

Había llegado a la conclusión de que nunca acabaría de ser respetada como escritora, conferenciante o incluso como cantante si continuaba soltera. Entonces, el 4 de agosto de 1904, se casó en Túnez con Philippe Néel, ingeniero jefe de los ferrocarriles tunecinos, conocido en el casino de Túnez, y de quien era amante desde el 15 de septiembre de 1900. Aunque su vida en común fue a veces tempestuosa, estuvo siempre impregnada de respeto mutuo.

«Marcharme o marchitarme»

Pero la vida de casada no le sentaba bien, a pesar de vivir en el norte de África, que tanto le gustaba, y hacer continuos viajes en barco y ferrocarril, acompañando a su marido, además de los suyos propios (como escritora y conferenciante) por Europa. En lugar de considerarse una mujer «felizmente casada», se siente enferma y angustiada, padeciendo continuas jaquecas y crisis nerviosas.

Por otra parte (o por la misma), su llamada oriental es cada vez más fuerte, y ella lo define con claridad: «Solo me quedan dos opciones: marcharme o marchitarme».

El matrimonio se terminó definitivamente el 9 de agosto de 1911 (contando ella cuarenta y tres años) por su marcha para su segundo viaje a la India (Egipto, Ceilán, India, Sikkim, Nepal y Tíbet, 1911-1925). En principio, se despidió de su marido para hacer un viaje en solitario, que en principio debía durar dieciocho meses, pero no volvieron a verse hasta catorce años más tarde. «He emprendido el camino adecuado, ya no tengo tiempo para la neurastenia», le escribía a su marido en el barco hacia Egipto, primera parte del trayecto.

No obstante, después de esta separación, ambos esposos entablaron una abundante correspondencia que no acabaría hasta la muerte de Philippe Néel en febrero de 1941, suceso que ocurrió durante una de sus estancias en la India, cuando recibió un telegrama que le notificaba dicha muerte.

Desgraciadamente, de esta correspondencia solo se conservan las copias de las cartas escritas por Alexandra; parece que las escritas por su marido se perdieron debido a las tribulaciones de Alexandra en la guerra civil china, a mediados de los años 40.

Su marido había mantenido comunicación con ella de manera muy asidua, puesto que los viajes de ella siempre lo mantenían distanciado. Cuando Alexandra leyó el telegrama, le dijo a los que le rodeaban en ese momento: «He perdido un maravilloso marido y a mi mejor amigo». No sabemos si se refería a perderlo porque había muerto o al ser consciente cuando leía aquello de que llevaba veintiocho años sin acercarse a verle.

Viajes y vida mística

A partir de aquí Alexandra comienza una nueva etapa (no una segunda, ni una tercera, ni una quinta, porque ella ya había vivido muchas vidas en su ya larga y apasionante vida), que pronto identificaría como la definitiva, como si por fin hubiera conectado consigo misma y con su misión personal, como si con este viaje intrincado y difícil empezara a vivir su auténtica vida, lejos ya de las ociosas «distracciones» y formas variadas de «matar el tiempo», como si por fin pudiera cumplir realmente aquella promesa que se hizo a los cinco años: irse de casa (el sistema) para siempre, lejos de las personas adultas (la autoridad del sistema) que le dificultaban hacer las cosas que ella realmente deseaba hacer.

En sus primeros pasos en esta nueva etapa, recorre los lugares sagrados donde predicó Buda, con los ojos y todos sus sentidos abiertos a todo lo que se encuentra su paso. Y, sobre todo, con la mente abierta. En 1912 encuentra en Sikkin a quien reconoce como su maestro (un lama con poderes mentales supranormales), con quien se queda dos años para aprender tibetano y los secretos del tantra, entre otras cosas. «Me quedaré en el monasterio de Lachen en invierno y cerca de su cueva en verano –explica en las cartas a su marido y comenta a sus amigos antes de meterse en la cueva–. No será divertido ni confortable. Son cuartuchos en los que se hospedan los anacoretas tibetanos…».

«La aventura será mi única razón de ser», sentenció, proponiéndose pasar esos dos largos años en la cueva y dedicar todo el tiempo a la meditación. Acompañada únicamente por su maestro, Alexandra aprendió y estudió en dicha cueva, a 4000 metros de altitud y a punto de morir congelada al llevar solo una fina túnica de algodón. Pero para ella, todo aquello era excitante. «Será duro, pero increíblemente interesante».

Por aquella época es recibida en Kalimpong por el Dalai Lama, que ya había oído hablar de ella, siendo la primera mujer occidental que se encuentra con él.

En la India conoce al que sería su compañero de aventuras el resto de su vida, el joven tibetano de catorce años Yongden, al que adoptaría años después. Este, enseguida reconoce en ella a su maestra y quiere acompañarla en sus expediciones. Alexandra lo contrata a su servicio y ya nunca más se separaría de ella, siendo su porteador, cocinero, secretario y, finalmente, colaborador en las traducciones de los libros sagrados tibetanos.

Viaja a Corea y Japón, donde tiene como anfitriona a la esposa de D.T. Suzuki. Vive durante dos años en el monasterio chino de Kumbum, cerca de Mongolia, estudiando los manuscritos budistas. Los monjes la consideran una hermana y la llaman «lámpara de sabiduría».

Pero Alexandra tiene un reto pendiente: en su anterior estancia en Tíbet no pudo llegar a la capital, Lhasa, la ciudad prohibida. Decide emprender de nuevo la aventura y, en 1921, parte con Yongden, tres sirvientes y siete mulas. El viaje es peligroso a causa de los bandidos, el durísimo clima y la complicada orografía, con pasos de montaña de 5000 m de altitud. Por si fuera poco, los funcionarios chinos y tibetanos se dedican a obstaculizar el viaje. Todas las vicisitudes de esta expedición las narra Alexandra David-Néel en su obra Viaje a Lhasa. Por fin, después de tres años, disfrazada de mendiga tibetana, con el pelo teñido, el cual había ennegrecido con tinta china, se hizo una peluca con la cola de un yak, y se oscureció la cara y las manos (que eran las únicas partes de su cuerpo que dejaba ver su atuendo) con grasa y hollín, y llega a la ciudad prohibida. Solo su ahijado Yongden ha permanecido a su lado.

Lo que se suponía que iba a ser una difícil ruta de tres meses acabó convirtiéndose en una odisea de más de tres años, en los que se tendrá que enfrentar a tigres, osos y lobos, bandidos y funcionarios chinos, sin olvidar el frío, las tormentas, el hambre y los estrechos pasos a cinco mil metros de altitud.

Alexandra permanece dos meses en Lhasa y luego, junto con Yongden, regresa a París. Allí son ya dos personajes famosos a los que todo el mundo quiere conocer. Demasiado ruido para Alexandra, que no tarda en retirarse a una casita de campo en la campiña francesa, donde encuentra la paz que desea para escribir, traducir libros tibetanos, meditar y planear nuevos viajes.

Escribe varios libros, entre ellos otra de sus obras más célebres, Místicos y magos del Tíbet. De todas partes la reclaman para dar conferencias. Pero continúa viajando y aún en 1938, les encontramos a ella –con setenta años– y a su fiel Yongden huyendo de la guerra civil en China a bordo de un vapor que remonta el Yang-tsé.

Sus intereses ideológicos la atrajeron desde el principio; por medio de sus viajes famosos y largas estancias en el Tíbet, fue adquiriendo gran conocimiento de los lamas budistas. Alexandra llegó a pasar largos años de enseñanza y su nervio curioso la motivaba a querer siempre más, a elevar su conocimiento.

En especial, una práctica, un juego peligroso, algo que no debió conocer nunca fue el inicio de su particular verano. Alexandra se mostró muy interesada por una práctica budista denominada creación de un tulpa. Los lamas budistas le advirtieron que era una enseñanza nada recomendable, pues consiste en la creación de un fantasma generado a través de nuestra mente. Alexandra fue advertida de que estas creaciones podían volverse peligrosas o incontrolables. Demasiado tarde, Alexandra estaba fascinada con la idea e ignoró la advertencia de sus educadores.

Bajo la concepción del mundo según los lamas, el universo en el que vivimos es una proyección creada por nosotros mismos. No hay fenómeno que exista si no es concebido por el espíritu humano. Los tulpas son entidades creadas por la mente de los lamas y son generalmente utilizados como esclavos. Son figuras visibles, tangibles, creadas por la imaginación de los iniciados.

Alexandra se alejó del resto de sus compañeros y, una vez aislada de todo, comenzó a concentrarse en dicha práctica. Ella visualizó en su interior lo que quería crear, imaginando un monje de baja estatura y gordo. Quería que fuese alegre y de inocente actitud. Tras una dura sesión, aquella entidad apareció frente a ella.

Aquella entidad era algo así como un robot, solo realizaba y respondía a los mandatos de su creadora. Con una sonrisa fija en su rostro, el monje accedía sin rechistar a lo que ella le ordenaba. Lamentablemente, no siempre fue así y aquel tulpa comenzó a realizar actividades que no le habían sido encomendadas. Tal era la independencia de aquel fantasma de apariencia corpórea que los demás monjes lo confundían con uno más. Aquella entidad comenzaba a ser un ser con voluntad propia.

A medida que iba siendo más independiente, los rasgos físicos de aquel bonachón monje fantasma fueron cambiando. Su afable sonrisa fue cambiando por otra más pícara, su mirada pasó a ser malévola y nada afable para todos los que convivían con aquel extraño ser. La propia Alexandra comenzó a sentir miedo.

En su libro publicado, Magic and Mystery in Tibet, Alexandra David-Néel narra los seis duros meses que tardó en invertir aquel proceso, en conseguir que su creación se desvaneciera. Aquel monje se había hecho insoportable y Alexandra tardó, antes de conseguir invertir aquel proceso. «No hay nada extraño en el hecho de que pueda haber creado mi propia alucinación. Lo interesante es que en estos casos de materialización, otras personas ven las formas de pensamientos creadas», declaró la antropóloga cuando posteriormente se la galardonó con una medalla de oro por la Sociedad Geográfica de París y nombrada Caballero de la Legión de Honor.

Los tulpas son la materialización física de nuestros pensamientos y emociones. Cuantos más pensamientos, emociones y creencias se junten, con mayor realidad se mostrará esta materialización.

Alexandra escribió mucho tras su regreso a París sobre estas creaciones mentales y otras grandes vivencias que tuvo en el Tíbet. Le llamó también la atención los kilómetros que podían los lamas recorrer sonámbulos sin cansarse.

Como gran luchadora, emprendió un último viaje a sus cien años para conocer el Himalaya, donde Alexandra buscaba la iluminación rodeada de muchos peregrinos. Sin duda, fue una vida enteramente dedicada al descubrimiento. Tal fue el grado de su pasión que Alexandra dejó todo lo demás como secundario en su vida.

Su resistencia era algo que Alexandra preparaba concienzudamente, no quería que ninguna práctica no le fuese posible debido a alguna limitación física. Por ello, se preparaba a fondo caminando a diario 40 kilómetros. La antropóloga fue capaz de superar temperaturas extremas, animales salvajes, hambre y enfermedades. «Para aquel que sabe mirar y sentir, cada minuto de esta vida libre y vagabunda es una auténtica gloria» –confesaba emocionada a sus seguidores.

Finalmente se establece en Digne, en los Alpes franceses, donde sigue escribiendo una abundante producción literaria, siempre alrededor de sus viajes y lo que en ellos descubrió. En 1955 muere Yongden. En 1969, la víspera de su 101 cumpleaños y poco antes de su muerte, Alexandra acude a las oficinas municipales a renovar su pasaporte «porque nunca se sabe». De mujeres así merece la pena enamorarse y marchar tras ellas a recorrer el Tíbet a pie.

En 1973 las cenizas de Alexandra y Yongden fueron arrojadas a las aguas del Ganges.

En Digne existe hoy el Centro Cultural Alexandra David-Néel:

Bibliografía

Internet:

http://es.wikipedia.org/wiki/Alexandra_David-N%C3%A9el

http://www.librosbudistas.com/autor/alexandra-david-neel

http://crecejoven.com/antropologia–alexandra-david-neel

http://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/empecemos-por-los-principios/2013-08-25/alexandra-david-neel-tocando-el-cielo-del-tibet_20182/

http://www.esdelibro.es/archivos/trabajos11/201000767_alexandra_trabajo.pdf

No Comments Yet!

Leave A Comment...Your data will be safe!