María Fux

María Fux es una bailarina y coreógrafa argentina nacida en 1922, que revolucionó el mundo de la danza, adentrándose en modos de expresión absolutamente nuevos y que en nada se parecían ni a la danza clásica ni a la contemporánea. María afronta la danza como una búsqueda de verdad que solo puede producirse en el ser humano en contacto con el arte.

Las escuelas de danza de María han supuesto una revolución pedagógica porque se han convertido en centros donde personas con todo tipo de límites físicos y psicológicos han aprendido que el encuentro con el arte es natural en el ser humano, y que a través de ese reconocimiento descubrimos las potencias que todos tenemos en nuestro interior. María Fux sabe que el arte y la creatividad es un camino que pertenece a todos los seres humanos.

 


 

Un cuento sufí decía:

«La alfombra estaba trenzada con junco del río, y este añoraba el tiempo en que las aguas y el viento acariciaban su cuerpo. Fuera donde fuera, el recuerdo de las aguas de donde le habían arrancado le acompañaba; por eso, todos los que caminaban sobre la hermosa alfombra se sentían invadidos por la melancolía que de ella emanaba».

Nosotros, como la alfombra, engarzados de juncos divinos, añoramos nuestra casa del cielo y nos sentimos incompletos. Tal vez danzamos porque nuestra alma escucha esa melodía en el aire y con nuestros movimientos anhelamos volver a casa, para nunca más sentirnos en el exilio.

¿Qué me quieres decir, murmullo?, adivino tu mensaje pero no lo escucho con claridad, afino el oído, acallo todo en mí… ahora te escucho, persiste que volveré hacia tu fuente y todo tu trabajo no habrá sido en vano. Una vez lo haya escuchado jamás lo podré olvidar. Sé que soy tuya y con mi danza volveré a ti y aunque de tanto en tanto pierda el sonido que a ti me lleva, continuaré danzando para que, cuando tu rumor llegue a mí, retome el rumbo a casa, donde estás tú, donde estáis vosotras. Mi madre y mis hermanas. Donde siempre me has sabido tú, Maestro, bien mío.

Primer acto

María buscaba la salida del útero de su madre, cálido y húmedo. Cuando llegó la hora, se empezó a sentir incómoda en aquel lugar que se había vuelto estrecho de miras para ella, y entonces atisbó una luz blanca que la llamaba e intuyó que un mundo nuevo le esperaba. ¿Qué es la vida?, se preguntaba. Lo que no sé, lo que está al otro lado y todavía no visualizo, camino en dirección a esa llamada y para ello me he de desplazar hacia lo desconocido, hacia lo que todavía no poseo ni comprendo, hacia una nueva patria que, siendo la mía, todavía no es mi casa. Pero ¿cómo saldría de allí? Buscando una respuesta y una salida, comenzó a moverse, y así danzó María por primera vez, al ritmo de la llamada de la vida, desde el exilio, al hogar de sus hermanos. La comadrona y su madre fueron sus primeras espectadoras.

María Fux vino al mundo en Argentina, en Buenos Aires, en el Hospital Rivadavia, en 1922. «Mi mamá pensaba que yo iba a ser un pescado… porque estando embarazada viajó con mi padre a Río de Janeiro en barco. Su madre le había dicho que vería peces saltando en el agua, y le pidió que no los mirara… para que no influyeran en el embarazo. Apenas salí de su vientre, ella supo que yo no era un pescado, pero… mi madre estaba segura de que iba a nadar en el espacio».

Sus padres eran rusos judíos que habían llegado en su juventud a Argentina huyendo de un pogromo. En el largo viaje, se infectó la rodilla de su madre y debieron extraerle la rótula para salvarle la pierna, por lo que vivió siempre con una pierna rígida que no podía flexionar. Esa limitación de su madre tuvo una importancia fundamental en su vida porque María acompañaba la compasión por la renguera de su madre con la admiración que le provocaba la capacidad de su madre de vencer sus límites. «Ella jamás había bailado, pero cantaba y agitaba sus manos, y esas manos acompañando sus canciones y su alegría eran sus danzas. Aprendí que justamente una persona como mi madre hacía tantas cosas maravillosas que muchas gentes que doblaban la pierna y corrían y que se movían no lo hacían. Vi como sentía miedo y lo superaba, como tenía deseos y los llevaba adelante. Aprendí con mi madre que los límites se desarrollan en los sí puedo». En una imagen hermosísima, María ha afirmado a lo largo de toda su vida que ella es la pierna de su madre que danza, como todos quizá en nuestras habilidades somos la imposibilidad o los límites de alguien a quien amamos y a quien nos sentimos íntimamente unidos.

Segundo acto

Todo empezó en el parque Centenario, cuando de pequeña se puso una corona de magnolias en la cabeza para bailar para los niños de la colonia de vacaciones. Al verla llegar anunciaban: «Ahí viene la bailarina», y el corazón se le llenaba de alegría y de orgullo. María siempre se recuerda danzando. En los cumpleaños, pedía que corrieran la mesa y danzaba para los demás. Su padre se opuso desde el principio a que su hija fuese bailarina, no quería ni oír hablar del tema, para él era como si quisiera ser prostituta. Su madre, en cambio, siempre la apoyó.

No tenía dinero para recibir clases de danza y el único sitio que conocía que tuviera un escenario era la Sociedad Teosófica. Allí se produjo un encuentro providencial, ya que conoció a una mujer que se dio cuenta de su extraordinario talento y le dijo que ella la ayudaría, y le pagó las clases durante un año con Ekatherina de Galantha, una bailarina rusa que había bailado con la Pavlova. De Ekatherina de Galantha, siempre recordaría cómo se vestía para dar clases, con mucho amor, como si en la magia de su danza ese rito inicial fuese determinante. En sus gestos llenos de elegancia, transmitía a sus discípulas que aquello que estaba a punto de comenzar. Era muy especial y eso quedó como una marca en su vida.

Pasado aquel año, esta extraordinaria mujer ya no podía ayudarla más, y María le dijo a la Galantha que haría cualquier cosa por seguir estudiando con ella, y así pagó sus clases durante diez años limpiando los baños de la academia.

Por aquel entonces leyó la biografía de Isadora Duncan, quien se convirtió en una luz que iluminaría toda su carrera. Le apasionaba la búsqueda de verdad de la gran bailarina, que le enseñó que había otros caminos de encuentro con el movimiento muy superiores a las hermosas acrobacias estéticas. Intuyó de su mano que la danza era un camino de conocimiento, un puente para llegar a lo más hondo de nosotros, y fundamentalmente para acercarse y comunicarse con los demás, con lo más misterioso, y en esa búsqueda sintió la libertad de saber suyo aquello que fuera capaz de conquistar.

El encuentro con la diva. Martha Graham

María quería adquirir más técnica y, sin apenas nada, se fue a EE.UU., a Nueva York, donde se produjo el encuentro con la danza contemporánea en 1952.

«Llevé mis maletas, un viejo tocadiscos en donde yo tenía todo mi repertorio, un viejo baúl prestado por una amiga, vestidos hechos con cortinas y latas de leche, café y comidas que me trajeron mis amigos como regalo de despedida».

Nada más llegar al estudio se apuntó a sus clases. Llevaba un ritmo frenético, trabajaba de 9 a 3, comía un café con leche y un trozo de tarta; algún día especial, carne, y por la tarde, ensayaba de 4 a 8. María quería hablarle a la maestra de su pasión, de sus coreografías, de cómo había dejado a su hijo de siete años atrás buscando aprender de ella. Pero Martha Graham era absolutamente inaccesible, era una diva entregada a su arte, rodeada de un halo de superioridad y con un muro de personas siempre rodeándola que resultaba infranqueable… hasta que, un día, María, debido a su agotamiento, se desmayó en una de sus clases y la Graham reparó en ella. Le mandó decir a María, por medio de un asistente, que no le pagara más y que comiera carne, «porque los argentinos no saben vivir sin ella». Así consiguió una beca en su estudio, hasta que un día se produjo el encuentro…

«Un día, al salir de una clase, por fin quedé a solas con la gigantesca e inalcanzable Martha Graham. Fue en el ascensor. Entonces, en mi entrecortado y mal inglés, le supliqué que viera mis danzas. Accedió. Mirando su reloj, dijo que al día siguiente me concedería media hora. Esa fue una noche infernal. Revisé in mente cada una de mis danzas y todas me parecían muy pobres. Por fin llegó el momento. Ella me esperaba y yo, con mis discos rayados, comencé a bailar frente a Martha. Ya no me importaba nada, era mi meta… Fue pidiéndome más y más, hasta que, después de una hora, yo ya no tenía más que darle y me senté en el suelo frente a ella. Entonces, con su voz gutural, me dijo pausadamente: «Eres una artista, no busques maestros fuera de ti. No tengas miedo de hacer danzas teatrales, eres actriz. Continúa hacia adentro de ti lo más que puedas. Vuelve a la Argentina y no esperes nada de maestros. Tu maestro es la vida».

María, en aquel momento, no comprendió lo que la maestra quería decirle, pero el reconocimiento de la gran bailarina supuso un fuerte aliciente para ella.

María lleva su danza por el mundo

María ha bailado en muchos lugares y en todos los escenarios que uno pueda imaginar, desde las tarimas más humildes e improvisadas a los teatros más prestigiosos del mundo. Lo que nunca ha cambiado es la pasión y la entrega de su danza y los ojos, y los corazones inflamados de los que la han visto

Cuando María contaba treinta años, en el 55, fue invitada a Rusia, el país de la ortodoxia del ballet. Ella acudió en un barco con su hijo e hizo bailar a todo el barco durante el trayecto. En Varsovia actuó representando a Argentina, de allí fue a Moscú, donde bailaba todas las noches acompañada en la percusión con el bombo por su hijo de diez años. Allí recibió una invitación para ir a China. Le preguntó a su hijo si deseaba que continuaran su viaje y el niño le respondió. «Quiero ver a mi perrito». De modo que María volvió a la patria, donde hizo una serie de espectáculos en los lugares más recónditos de Argentina, en pequeñas ciudades en la provincia del Chaco. La llevaban hasta algunos lugares en una avioneta pequeña porque había inundaciones y no se podía acceder por tierra. María narra cómo en una ocasión le llevaron con un camión a Quitilipi, donde vio que su escenario era un bar de copas iluminado por dos veladores: «Pusieron la música, sentía llegar a mi público, sentía los ladridos de los perros, los gallos, la gente gritando. Salí y les dije que no iba a bailar en puntas, que iba a bailar las palabras, que traía algo especial en mi cuerpo para darles. Los gallos y los perros no se callaron, la gente sí, y así hice mi espectáculo».

Tercer acto

Nuestros límites; las fronteras desplazables y María

Las escuelas de danza de María han supuesto una revolución pedagógica porque se han convertido en centros donde personas con todo tipo de límites físicos y psicológicos han aprendido que el encuentro con el arte es natural en el ser humano, y que a través de ese reconocimiento descubrimos las potencias que todos tenemos en nuestro interior. María Fux sabe que el arte y la creatividad es un camino que pertenece a todos los seres humanos. Para ella la danza es una necesidad de dar algo, de expresarse, un modo de vincularse con la vida. Por eso se ha de presentar en la existencia con naturalidad. «Enseñar la danza haciendo sentir a los niños que la culminación del movimiento es el equilibrio en puntas es una limitación, pues se recurre a la vanidad y a elementos externos a la danza, conformando una técnica de desarrollo contraria a su evolución natural… Cada uno debe encontrar como cuando era niño y jugaba al gallo ciego. Quitemos el pañuelo de nuestros ojos y miremos nuestro mundo interno y el externo que nos rodea y cambiemos acercándonos a la gente para indicarles caminos».

María ignora que seamos ciegos, sordos, que padezcamos síndrome de Down, que tengamos ochenta años, que seamos egoístas, ignorantes o insensibles, que tengamos una herida de la vida o cien… Como decía Borges, todo es arcilla para la obra. Desde eso que somos, utiliza el arte como una herramienta de conocimiento de nosotros mismos, de sanación de nuestras heridas internas y externas, y nos lanza a una aventura que nos convierte en algo tan noble y tan bello que aquello que creíamos que era un impedimento se convierte en un pequeño muro que aprendemos a sortear, a superar o, lo mejor, a ayudarnos de él para realizar nuestra mejor danza y renacer con nuevas alas.

Tolstoi comienza Ana Karenina afirmando: «Todas las familias felices se parecen, las desgraciadas lo son cada una a su manera». Las historias únicas se destilan del sufrir. Es decir, el dolor es la arcilla de las grandes obras. Como afirman M. Dolores Sanahúja y Carlos Farraces en la Filosofía del Arte : «El arte no es una ciencia decorativa o una forma de evadirnos de nuestros sufrimientos, sino que puede convertirse en un medio para transmutar el dolor… Ese esfuerzo transmutado en arte es lo que importa, y no la originalidad intelectual. Las grandes obras de arte, en muchas ocasiones, son la destilación del dolor de quien las creó».

María y el silencio

Los talleres de danza de María con personas sordas son ahora famosos en todo el mundo, pero cuando ella comenzó fue una auténtica pionera y han tenido una repercusión extraordinaria en la vida de muchas personas.

Todo comenzó como en un cuento. En 1942, cuando María tenía veinte años, acudió a Barletta, el director del teatro del pueblo y le pidió una oportunidad para poder representar su arte. Él accedió a hacerle una prueba y María buscaba una coreografía que le mostrara quién era ella y cuál era su danza. En otoño, caminando por la calle, vio un árbol casi desnudo en el que una última hoja luchaba por no caer antes del sueño del invierno. María miraba fascinada la danza de esa hoja y decidió que esa era la historía que ella bailaría para Barletta. Buscaba desesperada una música adecuada y no la encontraba… hasta que se preguntó: «¿necesitó la hoja música para danzar?, no; necesitó el viento. Yo también encontraré el viento que mueva la hoja que soy yo».

Y esa hoja que era María le contó al productor lo que le pasaba por dentro, el querer amar el espacio, el necesitar expresarse y entregar sus hallazgos a los demás, el querer danzar. Barletta supo ver su extraordinario talento y le ofreció el teatro. «¿Tiene usted público?». María tenía una familia muy grande y, así, danzó por primera vez con vestidos hechos por su madre con las cortinas de la casa, y su padre, que toda la vida se había opuesto a su vocación, la estaba mirando. Al finalizar la abrazó llorando y le pidió perdón. Le dijo: «Ahora sé qué querés ser, María».

Esa intuición de que existían ritmos naturales y movimiento en todo lo que nos rodea fue de gran utilidad para ella cuando aceptó el primer desafío de despertar de su aislamiento a Leticia, una niña sorda de cuatro años: «Mientras danzaba, escuchaba los gritos desgarradores de una niña sorda, hija de una amiga mía, y le pedí a la madre que me la trajera al estudio para ver si podía hacerle sonreír a través de la danza».

Con Leticia, María se dio cuenta de que en realidad no sabía nada del mundo del silencio. Comenzó su primer encuentro realizando movimientos pantomínicos que Leticia miraba espantada por su exhuberancia y por la invasión de María. Se dio cuenta de que así no la podría sacar de su aislamiento y comenzó a bailar para ella. María utilizaba todo para sugerirle la idea del movimiento, elásticos de colores, globos, pelotas. Leticia estaba interesada pero no movía un músculo. Para saber qué sentimientos tenía Leticia por la danza, le regaló una malla de bailarina y le pidió a la madre que le dijera en qué lugar colocaba María sus ropas de bailarina: las guardaba celosamente bajo la almohada.

Seis meses duró su resistencia hasta que la niña llegó un día muy excitada a contarle a María que había nacido su hermanita. Intuitivamente María llevó la imagen de la niña a sus manos y la meció y la palabra «nene» fue la clave entre el pensamiento abstracto y el movimiento. A partir de entonces la utilización de palabras «madre» fueron el puente para el movimiento y así mismo la observación del ritmo y el movimiento que late en la propia naturaleza. Cuando pensaba en el agua, la llevaba delante de un grifo y, modulando su apertura, le hacía sentir los distintos ritmos, le mojaba las palmas, bebían juntas. De ahí a los movimientos del mar en calma, del mar enfurecido, el viento rozando su cuerpo, el ritmo de su corazón y de su pulso… y ella fue bailando todo aquello y entre las dos trataban de descubrir por qué danzaba el mar, por qué titilaban las estrellas, dónde conduce el movimiento eterno de la vida. Esa niña la acompañó durante muchos años. Ahora es una bailarina profesional que sigue la senda de María en sus talleres utilizando la danza como una terapia de conocimiento de uno mismo y de superación de los límites que todos los seres humanos poseemos, porque María no realiza clases separando o clasificando las limitaciones. Todos llegan hasta ella como son, sabiendo que tendrán que desplazarse hacia un lugar que desconocen pero que intuyen hermoso.

María Fux nos transmite que el ritmo está dentro de nosotros cuando respiramos, en el fluir de nuestra sangre, en nuestro nombre, en nuestra manera de movernos, de hablar, de dormir, de amar, el ritmo está fuera en la naturaleza, en el discurrir del tiempo, en el caer de la lluvia, en el mecerse de los árboles a merced del viento,en las olas del mar, en las nubes desplazándose en el cielo, y si estás sorda, también puedes danzar porque puedes sentir el ritmo dentro y fuera de ti.

La danza en María es un elemento de conocimiento de nuestra identidad, unida a otros seres humanos, a la Naturaleza, a la comprensión del sentido de la vida y el acercamiento al misterio de que todo esté relacionado. El camino de la danza es la verdad, el cuerpo no engaña cuando se expresa. María busca imágenes reales que traduzcan el pensamiento vivo y que conduzcan a la libertad creativa.

Las cintas de colores son en sus manos prolongaciones del ser y del sentimiento, modos de comunicarnos con los demás, y allí donde acaba mi danza continúa la del otro, que prolonga la frase eterna que se hunde en la memoria de los tiempos y se dilata hacia nuestro destino que sabemos unido.Los aros son ventanas que nos asoman a aquello que queremos ser, nos muestran paisajes en los que somos más sabios, más buenos, más fuertes, donde contemplamos que las limitaciones solo existen en el permitir que estas te paralicen. Bailamos en círculos que pueden transformarse en líneas que son caminos que conducen a donde queremos llegar. Nuestras manos son espejos que nos enseñan nuestro ser interior, que apenas conocemos, que carece de miedos y de frustraciones, ese espejo que nos mira y nos recuerda lo que somos y nos permite retomar el rumbo cuando nos sentimos perdidos.

Otro encuentro fascinante con el silencio fue el que tuvo la bailarina con María Garrido, una niña india encontrada en una cueva en el Maitén en 1971. Según el informe de la asistenta social, la niña era sordomuda, vivía en un estado total de abandono, con su madre indígena que era su único contacto humano. La madre había muerto cuando la policía entró en la cueva y la niña estaba en un estado avanzado de desnutrición porque se había alimentado exclusivamente de gusanos. Las autoridades la llevaron a un hospital; ella apenas se movía torpe y lentamente a cuatro patas. No sabía llorar ni reír. Calcularon que tenía unos cuatro años. Unas religiosas se hicieron cargo de ella y una madre de la congregación se acabó convirtiendo en su madre adoptiva. La religiosa supo de María y de su labor con niños sordos, y la llevó al estudio de María con siete años, donde había niñas danzando de entre seis y nueve años. María dividió a las niñas en dos grupos y les pidió que danzaran las palabras suave, dulzura, amor. María Garrido estaba en uno de los dos grupos con las demás niñas. «Le pedí a un grupo que no se moviera y que observara a sus compañeras del otro grupo danzar estas palabras. Las niñas que oían podían bailar estos conceptos al ritmo de la música de Vivaldi. Las no oyentes danzaban con telas de colores estos conceptos». Cuando llegó el turno al grupo en que estaba la niña María, observó feliz cómo la niña había comprendido y danzaba. Esa niña estuvo con María diez años y fue transformándose. La bailarina nunca olvidará el día en que la niña se encontró en el estudio con una alumna nueva aproximadamente de su edad, sorda y con una edad mental de cuatro años. La niña percibió enseguida que aquella nueva alumna era diferente y se colocó delante de ella como si fuese la maestra para ayudarla. María afirmaba que era conmovedor verlas comunicarse.

Cuarto acto

La senda que deja María

María ha recibido todos los premios y todos los reconocimientos del mundo, ha bailado en los escenarios más importantes y en los más humildes, y el impacto de la metodología de la danzaterapia que ella inició hace setenta años es impresionante.

Ella se define así: «Soy una artista que, a través de un trabajo creativo, ha encontrado un método que logra cambios en la gente, mediante el movimiento. Lo único que hago es estimular las potencialidades que todos tienen. Yo nunca hablo de curar, sino de cambiar».

En el festival de Venecia en el año 2014 se presentó una película-documental titulada Dancing with Maria, donde el director, Iván Gergolet, muestra cómo María ha cambiado con su danza la vida de las personas. El director narraba emocionado cómo en Italia cerraron la calle y le hicieron un homenaje, donde multitud de discípulos de todo el mundo acudieron a aquella cita para bailar para María.

María se retiró del escenario con ochenta y nueve años, pero con sus noventa y tres años continúa impartiendo seminarios de danza. Afirma: «No hay edad límite, yo tengo muchos años y todas las mañanas siento que crezco. El pasado me dio mis raíces, pero me gusta vivir en el presente». Tanto en su Escuela de Danzas en Argentina como en Europa estudian y se capacitan docentes que trabajan con distintas discapacidades, psicoterapeutas, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, psicólogos, fonoaudiólogos, médicos, profesores de danza y de gimnasia y docentes especiales que trabajan con alumnos sordos, con síndrome de Down, espásticos y no videntes. Muchos de sus discípulos que la han acompañado durante años son ahora docentes y María Fux está especialmente preocupada en formar bien a danzaterapeutas que puedan seguir con su labor. La danza, afirma María, debería estar en cada colegio, en cada instituto, en la universidad. María dice que educar es dar y cambiar. Y para eso hay que adquirir el arte de reconocer el tiempo adecuado en el encuentro con el otro, para lo que es fundamental el amor.

María tiene muchos planes y vive cada día como una oportunidad que no podemos desaprovechar. Ahora utiliza su terapia con su cuerpo anciano, pero en su corazón danza una Afrodita de Oro.

Epílogo

¿Qué es la vida? Lo que no sé, lo que busco, lo que quiero encontrar, lo que está al otro lado y todavía no visualizo. Caminamos en dirección a la comprensión, a la belleza, a la bondad, a la justicia, y para eso me he de desplazar hacia lo desconocido, hacia lo que no poseo aún, ni comprendo, hacia esa patria que sé que es la mía pero todavía no habito. Danzamos desde el exilio y en María la danza es una metáfora de la vida que realizamos en inconsciencia la mayoría de los días. Sus danzas catárticas son expresiones, puentes que intuyen el sentido de la vida y que voluntariamente caminan hacia él, y esa danza no se puede hacer solo, porque en su esencia, en su coreografía, precisa del danzar de todos los seres humanos.

 

Qué es la danzaterapia. Fux, María. Editorial Lumen Books, 2005.

Danzaterapia. Fragmentos de vida. Fux, María. EditorialLumen Books, 1998.

Después de la caída ¡continúo con la danzaterapia! María Fux. Editorial: Lumen, 2001.

http://www.mariafux.com.ar/

MARÍA FUX. Grandes de nuestra Cultura. Canal Encuentro:

https://www.youtube.com/watch?v=_TNjb0qT_sc

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