Hannah Arendt

Hannah Arendt, filósofa política y humanista, nació en Alemania el 14 de octubre de 1906. Estudió Filosofía con Heidegger y Jaspers. Por ser de origen judío, tras el ascenso del nazismo en Alemania y después de un breve encarcelamiento, se vio obligada a dejar su país. Durante los ocho años en que se refugió en París y hasta 1952, desarrolló un gran activismo a favor de la causa sionista, fundamentalmente a través de artículos y conferencias. También colaboró en el rescate de niños judíos austriacos y checos entre 1938 y 1939.

En 1941 logró emigrar a Estados Unidos, donde desplegó una gran actividad intelectual. En 1951 se editó la primera obra que la hizo famosa a nivel mundial: Los orígenes del totalitarismo. Posteriormente publicó La condición humana (1958), Entre el pasado y el futuro (1963), En revolución (1963), Eichmann en Jerusalen: un informe sobre la banalidad del mal (1963), Sobre la revolución (1963), El hombre en tiempos de oscuridad (1968), Sobre la violencia (1970) y Crisis en la República (1972). Fue catedrática de Filosofía en Chicago y Nueva York e impartió conferencias en todo el mundo. Murió en Nueva York el 4 de diciembre de 1975.


Hannah Arendt es una de las grandes pensadoras del siglo XX. Su obra se centró en la teoría política y el servicio que a través de ella se presta a la humanidad. Su vida fue un ejemplo de coherencia, autenticidad y búsqueda de la verdad desnuda. Celosa de su intimidad, siempre separó su vida pública de la privada. Seguiremos su estela vital y su obra, dividida en tres marcadas etapas, para descubrir su alma.

 

Infancia y juventud universitaria

Johanna Arendt nace en Hannover, Alemania, el 14 de octubre de 1906. Su padre, Paul Arendt, fue diagnosticado de sífilis cuando ella tenía cuatro años, motivo por el que sus padres regresan a su ciudad natal, Königsberg, todavía capital de Prusia oriental. El año 1913 fue especialmente difícil para toda la familia; no solo muere Paul Arendt, sino también el abuelo paterno, Max Arendt, al que Hannah estaba muy unida. La niña lo enfrentó evidenciando su fuerte espíritu. Su madre, Martha Cohn, anotaba en su diario: «Su tendencia natural era el sentimiento de entusiasmo por la vida, siempre feliz y siempre satisfecha, apartando de ella lo más lejos posible cualquier cosa desagradable»[1].

Entre los diez y los dieciocho años, Hannah estudia en el instituto femenino de Königsberg. En ese período, a sus catorce años de edad, su madre se casa por segunda vez con el viudo Martin Beerwald, que tiene dos hijas. Madre e hija se trasladan a la residencia de los Beerwald. En la adolescencia, su carácter luminoso y alegre se torna misterioso y reservado.

Como estudiante, destacó por su rebeldía y por su brillante inteligencia. No solo dominaba el griego de forma autodidacta, sino que entre los quince y los diecisiete años leía por cuenta propia las obras alemanas más importantes de filosofía, poesía y teatro que caían en sus manos. Con solo catorce años ya se había leído la Crítica de la razón pura (1781), de Kant, y la Psicología de las concepciones del mundo (1919), del que sería su maestro cinco años más tarde, Karl Jaspers. Para ella, ya era evidente que sería filósofa o no sería nada. Su mayor necesidad vital era comprender, y la filosofía era la vía que había descubierto para lograrlo.

Un conflicto con un profesor, por temas de disciplina, fue la causa de que abandonara el instituto antes de tiempo y de que preparara por libre sus exámenes de acceso a la universidad. Las pruebas las superó en 1924 con excelentes calificaciones. Entre 1924 y 1925 estudió Filosofía, Teología y Griego en las Universidades de Berlín y Marburgo con Martin Heidegger, Rudolf Bultmann y Romanno Guardini respectivamente.

En el entorno universitario llamaba la atención; era tímida, pero, al mismo tiempo, se traslucía su inteligencia y carácter independiente. Cuando hablaba, hechizaba con su profundidad a quienes la escuchaban. Era atractiva, llevaba una melena corta, no convencional entre las jóvenes de la época, y vestía habitualmente con ropas amplias de tonos verdes, por lo que fue apodada como «la verde». En el primer año de universidad estableció una intensa amistad, que se prolongó a lo largo de toda su vida, con un compañero de estudios, Hans Jonas, también hoy reconocido filósofo. Ambos admiraban las clases de Filosofía del joven profesor Heidegger, eran de origen judío y asistían a las clases de Rudolf Bultman sobre el Nuevo Testamento.

No obstante, la gran pasión de esta primera etapa universitaria fue su relación con Heidegger, el joven y revolucionario profesor, que por aquella época tenía treinta y cinco años. Hannah se acercó a sus clases atraída por el proyecto de Heidegger de traducir las palabras de los clásicos al lenguaje contemporáneo, diseccionar las situaciones cotidianas con los ojos de la filosofía y rescatar la esencia de las cosas. La atracción intelectual y humana fue mutua y se estableció entre ellos una intensa relación filosófica y sentimental. Pero Heidegger era católico, estaba casado, tenía dos hijos y no estaba dispuesto a arriesgar su carrera con un divorcio. Su relación íntima y secreta duró menos de un curso académico, no se prolongó más allá del otoño de 1925. No obstante, su lazo humano e influencia intelectual se mantuvo en el tiempo, solo se interrumpió entre 1933 y 1949. Tras el ascenso del nacionalsocialismo al gobierno, Heidegger se afilió, como la mayor parte de los intelectuales de la época, al partido nazi, cosa que Hannah nunca aceptó.

En 1925 estudió un semestre en la Universidad de Friburgo con Edmund Husserl, fundador del movimiento fenomenológico, también uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Pero lo más importante de 1925 fue que se trasladó de Friburgo a Heidelberg para empezar el doctorado bajo la dirección de Karl Jaspers, al que siempre consideró su maestro. Su tesis, «El concepto del amor en San Agustín», fue presentada en 1928, cuando Hannah tenía veintidós años, y se publicó en 1929 en Berlín.

El lazo intelectual y espiritual con Jaspers también se prolongó durante más de cuarenta años, hasta la muerte de este en 1969. Si una virtud poseía Hannah era la de la fidelidad. Jaspers siempre fue patria espiritual para Hannah. En una ocasión dijo: «Donde él aparece y habla, se hace la luz». Los sentimientos hacia su maestro siempre fueron de devoción y ternura. En muchas de sus cartas se dirigía a él como «mi más querido y venerado maestro». Para Hannah, Heidegger y Jaspers –ambos, existencialistas– eran los mayores filósofos contemporáneos. Ambos contribuyeron fuertemente a su formación intelectual y les estaba agradecida por ello, pero en Jaspers, además, halló la grandeza del ejemplo vital, de la coherencia ética entre pensamiento y acción.

La adolescencia y juventud de Hannah Arendt queda reflejada en su tesis doctoral y primer trabajo intelectual: «El concepto del amor en San Agustín». El amor siempre fue su eje vital, no solo por su necesidad constante de intensas y profundas relaciones humanas, sino por el amor que sentía hacia la filosofía, vía de comprensión de la esencia que hay detrás de todas las cosas.

 

Sionista y apátrida, nace la filósofa política

Hannah ha cerrado, con el fin de sus estudios universitarios y la publicación de su tesis, un primer ciclo vital de veintitrés años; su particular obra comienza a perfilarse. Ella amaba la filosofía como forma de vida. Comenzó a rehuir de la imagen del profesional del pensamiento, absorto en abstracciones con poca conexión con la realidad. De hecho, nunca quiso que la definieran como filósofa. Su modelo a seguir era el sabio que une pensamiento, sentimiento y acción. Su gran ejemplo moral y político era Sócrates.

La situación política de su país acelera las experiencias vitales e intelectuales de Hannah. Ella, judía de nacimiento, nunca gustó de ocultar su condición, pero su familia no tenía vínculos especiales con la cultura ni con la religión judía. Se sentía culturalmente alemana, amaba intensamente su lengua materna y su patrimonio cultural. Se había formado con las obras de Goethe, Kant y Proust. Pero la realidad era que, en un país con alto porcentaje de población judía (del orden del 20%) y una crisis galopante, el antisemitismo iba en aumento. Hannah empezó a acercarse a «la cuestión judía», como ella la llamaba, en 1925, cuando conoció al famoso sionista Kurt Blumenfeld, con el que mantiene una intensa amistad durante toda la vida. En aquel momento, todavía no compartía el nacionalismo judío que él defendía; pensaba que no era una verdadera solución al problema. Pero Blumenfeld la hizo abandonar su postura inocente respecto a la situación de los judíos en la Alemania previa al ascenso del nacionalsocialismo.

Un hecho importante tiene lugar la Nochevieja de 1928. Se encuentra en Berlín con Günther Stern, un viejo conocido de Marburgo. Él también tenía estudios de Filosofía y se había apasionado con las clases de Heidegger y las ideas de Jaspers. Pronto se convirtió en un amable y generoso compañero de ruta con el que compartió su inquietud intelectual, y lo que era más importante, rehízo su vida sentimental tras la intensa, pero imposible, relación con Heidegger. La joven pareja decidió compartir hogar al poco tiempo del reencuentro, cosa que no era habitual en la época, y en septiembre de 1929 se casaron. Lamentablemente, el matrimonio no duró mucho tiempo, la vida cotidiana se llenó de pequeñas diferencias que los fue distanciando. En febrero de 1933, tras cuatro años de convivencia, se separaron definitivamente. Günter Stern, que estaba afiliado al partido comunista, tuvo que huir a París cuando supo que su nombre estaba en una agenda que la Gestapo requisó al dramaturgo comunista Bertolt Brecht. El divorcio se formalizó en 1937, cuando Hannah tenía treinta y un años.

En enero de 1933, el nazismo asciende al poder. Hasta entonces, Hannah no se había interesado ni por la política ni por la historia. Ahora, los acontecimientos políticos en Alemania la obligan. Empieza a implicarse a nivel personal y profesional iniciando sus reflexiones sobre teoría política e historia, que serán el eje de toda su obra.

En 1933, con veintisiete años, inició actividades clandestinas de apoyo a los sionistas alemanes. Por ese motivo, en julio de ese mismo año es detenida en Berlín y liberada a los ocho días. Es el momento de abandonar Alemania, y lo hace en secreto a través de la frontera de Checoslovaquia. Desde allí se dirigió a París, donde miles de refugiados alemanes habían sido bautizados como «boches».

En París, entró en contacto con numerosos intelectuales, como Bertolt Bretch o Sartre, entre los que ella misma destacó. Pero lo más importante es que se afirma como sólida activista a favor de la causa sionista. Entre 1935 y 1940 es la secretaria general de Youth Aliyah, agencia judía para Palestina. Y entre 1938 y 1939, agente especial de rescate de niños judíos de Austria y Checoslovaquia, que tras un periodo de preparación eran enviados a Palestina. A toda esta actividad vital sumó una gran actividad intelectual. No dejaba de visitar bibliotecas y de impartir conferencias, así como de profundizar en el desarrollo histórico del antisemitismo.

De los ocho años que pasó en París, lo más destacado, a nivel personal, fue el encuentro con el que sería su gran compañero, Heinrich Blücher. Se conocieron en 1936 y se casaron en enero de 1940. Estuvieron juntos treinta años, hasta la muerte de él. Estaban profundamente unidos por el amor hacia el conocimiento, el diálogo y la amistad. Siempre fueron el centro de un gran círculo de amistades. Él, de tendencias comunistas y familia cristiana, era diez años mayor que ella. Hannah siempre sintió a Heinrich como su «hogar» y su mayor apoyo intelectual. Antes de publicar sus ideas las discutía con él para cerciorarse de que desde su perspectiva también eran válidas.

La felicidad de la nueva pareja se truncó hacia mediados del año 1940. De mayo a junio, durante cinco semanas, Hannah estuvo internada en un campo de refugiadas francés, en Gurs. Esta dura experiencia la marcó de por vida. Pudo huir gracias al desconcierto político que se produjo tras la caída de París en manos de los alemanes, que provocó que mermara la vigilancia en los campos de refugiados. Se dirigió hacia Montbau, donde se reencontró casualmente con Heinrich, que también había huido de otro campo de refugiados. Juntos, fueron a Marsella, donde lograron reencontrarse con la madre de Hannah.

En 1941, los Blücher marchan desde Lisboa al exilio en Estados Unidos. Hannah tenía entonces treinta y cinco años. Habían conseguido salir legalmente de Europa gracias a la red creada por un periodista norteamericano, Varian Fry, que quería ayudar a artistas y pensadores judíos.

Se instalan en Nueva York y, poco a poco, rehacen sus vidas. Hannah mantuvo sus actividades de apoyo al movimiento sionista mundial. De 1941 a 1945, trabajó como periodista para las publicaciones Aufbau, Partisan Review y Jewish Cultural Reconstruction. De 1944 a 1946 fue la directora de Investigación en la Conference on Jewish Relations. Y entre 1949 y 1952, directora ejecutiva de la publicación Jewish Cultural Reconstruction. Entre 1946 y 1948 también es la editora jefe de la editorial judía Shocken Books.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, pudo realizar su primer viaje a Europa, por encargo de la Jewish Cultural Reconstruction, entre 1949 y 1950. Ese viaje fue fundamental para ella. Pudo reencontrarse con parte de su identidad y con numerosos amigos, entre ellos, su antiguo profesor, Martin Heidegger y su maestro, Karl Jaspers.

La segunda etapa de la vida de Hannah se cierra en 1951, cuando tiene cuarenta y cinco años. Dos acontecimientos fundamentales tienen lugar en este momento. Por un lado, publica en Nueva York la obra que la hace famosa a nivel mundial: Los orígenes del totalitarismo. Por otro lado, se le concede la nacionalidad americana después de diez años de residencia en Estados Unidos. El gobierno nazi les había retirado la nacionalidad alemana en 1937; por lo tanto, llevaban veinticuatro años sin ser ciudadanos de pleno derecho de ningún país. Para Hannah, esta situación de desarraigo era equivalente a la que podía experimentar un paria. Poder volver a formar parte activa de la vida política y las cuestiones cívicas de una nación, fue para ella un nuevo nacimiento.

Los orígenes del totalitarismo recoge las investigaciones que se habían iniciado veinte años atrás. Es una gran obra de filosofía política, hoy manual de base en los estudios de ciencias políticas, pero también es un brillante tratado de historia. Es extensa, de casi mil páginas, y está formada por tres partes. En la primera, se aborda el desarrollo del antisemitismo de los siglos XVIII y XIX. En la segunda, el despliegue del racismo y del imperialismo en el siglo XIX y principios del XX. En la última, profundiza en las características de dominación total del nacionalsocialismo alemán y del estalinismo soviético. La tesis de fondo es la denuncia de la paulatina destrucción del espacio político en una creciente sociedad de masas. Fue la primera pensadora en describir con profundidad las características de un estado totalitario, identificando como tal no solo el nazismo alemán, sino lo que era más atrevido y desconocido, el estalinismo ruso.

Con esta obra, logra su reconocimiento como pensadora e investigadora de primera línea, por lo que empieza a ser solicitada en numerosas universidades americanas para dar conferencias sobre filosofía política. La brillante carrera de Hannah, que había sido truncada en la Alemania nazi por sus orígenes judíos, volvía a despegar con veinte años de retraso. No obstante, para ella, el éxito de su obra no era lo fundamental. Lo fundamental era comprender y poner un poco de luz en las causas de los inhumanos sucesos vividos en los campos de concentración alemanes y los gulags soviéticos. Para que la historia no volviera a repetirse y tener una sólida esperanza en cada nueva generación humana, se debían comprender con profundidad las causas.

 

Escritora y profesora universitaria

Comienza una nueva etapa vital. Entre 1952 y 1962 comienza a recibir becas y premios para sus investigaciones, como el premio Lessing de Hamburgo. También comienza a dar conferencias y seminarios en diversas universidades americanas y europeas sobre temas de filosofía política, como en Berkeley, Princeton, Columbia, Chicago, Wesleyan y Connecticut.

En cuanto a sus obras, en 1958 publica La condición humana. Esta es su gran obra de filosofía. En ella expone sus ideas respecto a la importancia del nacimiento de cada ser humano, porque cada uno de nosotros tiene la misión de configurar el mundo junto a los otros. Presenta tres tipos de acciones humanas: el trabajo, la producción y la vida activa. El trabajo nos sirve para la supervivencia. La producción de objetos, más allá de la supervivencia, nos permite lograr cierto sentido de trascendencia, de vencer al paso del tiempo. Pero lo que de verdad nos humaniza es nuestra acción en el espacio público, nuestra participación activa en la política. El modelo de Hannah, como el de tantos filósofos políticos humanistas, es la polis griega. Allí, en la plaza pública o ágora, se podía producir la comunicación y la libertad política entre iguales.

En 1961 publica Entre el pasado y el futuro, y en 1963, cuando tiene cincuenta y siete años, publica dos obras: Sobre la revolución y Eichmann en Jerusalen: un informe sobre la banalidad del mal. Esta última es su libro más polémico. Lo escribe a raíz de haber permanecido en Israel entre finales de 1961 y principios de 1962 como enviada de la revista The New Yorker, para asistir como observadora al juicio contra Adolf Eichmann. Hannah pone en evidencia que Eichmann, el oficial de la Gestapo responsable de las deportaciones de judíos a los campos de concentración, es un hombre absolutamente mediocre. No se trata ni de un fanático ni de un loco, es un hombre vulgar que no tenía ningún tipo de remordimiento por las acciones cometidas, ya que según él, «se limitaba a obedecer órdenes». Si ese hombre había cometido un crimen, como tantos otros alemanes en la segunda gran guerra, era el de no haber sido suficientemente reflexivo con el significado y consecuencias de sus acciones. Hannah introduce una nueva modalidad de mal, el mal banal, en el que los actos pueden ser monstruosos, pero el individuo que los ejecuta ser un simple. Tampoco duda en denunciar la existencia de los «consejos judíos» en los campos de concentración. Sus miembros se mantenían con vida porque ayudaban a los guardias de la Gestapo en su atroz tarea.

Hannah, que también había padecido las injusticias del nazismo y había sido durante años una de las más acérrimas voces defensoras del sionismo, recibe un alud de críticas. Su veraz exposición de los hechos no es entendida, sus tesis son deformadas y es calumniada frecuentemente. Reacciona poniendo de manifiesto su fortaleza y fidelidad a sus ideas profundamente reflexionadas, más allá de la opinión de las mayorías.

En 1963 también publica Sobre la revolución. En esta obra expresa su fe en la república, al mismo tiempo que analiza, interpreta y compara las revoluciones francesa y estadounidense. Hannah no era partidaria de la democracia representativa, creía que alejaba al individuo de su participación activa en la vida política. Defiende una república con consejos de individuos que puedan ejercer plenamente su libertad. En la obra escribe: «No se puede llamar feliz a quien no participa en las cuestiones públicas. Nadie es libre si no conoce por experiencia lo que es la libertad pública. Nadie es libre ni feliz si no tiene ningún poder, es decir, ninguna participación en el poder público». Siguiendo a Kant, para participar en la vida pública solo es necesario disponer de razón. Cualquier ser humano dotado de razón tiene el derecho y el deber de formar parte activa del desarrollo de su país. Esta importante función no podía quedar reservada a los gobernantes.

También en 1963 se asienta como profesora universitaria, pues recibe una cátedra de Filosofía en la Universidad de Chicago. Allí dictará cursos sobre Introducción a la política y Proposiciones morales básicas. Un poco más tarde, entre 1967 y 1975, entre los sesenta y uno y sesenta y nueve años, recibe la cátedra de Filosofía de la New School for Social Research, donde imparte los cursos Filosofía y política y La filosofía política de Kant. A su éxito académico le dio un valor relativo. Valoraba tanto su tiempo y espacio de reflexión que siempre se las arregló para que su jornada académica fuera parcial y disponer de tiempo, más allá de la docencia, para la investigación y la reflexión. En su casa tenía un diván en el que pasaba largos intervalos de tiempo estirada, con los ojos cerrados entregada por completo a la reflexión profunda.

En 1967, recibe un premio muy significativo, el Sigmund Freud de la Academia Alemana de la lengua. Siempre había tenido facilidad para el estudio de las lenguas, pero si algo había perdido con su exilio a América había sido su amada lengua materna, ligada al rico legado cultural alemán. Hannah decía que si una lengua era propicia para profundizar en cuestiones filosóficas era la alemana, que su larga tradición en cuestiones filosóficas lo permitía, pero que, en cambio, la lengua inglesa era más apta para las cuestiones de filosofía política, por su mayor tradición republicana.

Sus últimas obras relacionadas con la teoría y filosofía política son: El hombre en tiempos de oscuridad (1968), Sobre la violencia (1970) y Crisis en la República (1972). En 1972, tienen lugar sus últimos éxitos académicos. En la Universidad de York, en Toronto, se celebró el primer congreso sobre su obra. Y en ese mismo año y hasta su muerte, es nombrada miembro del consejo asesor del Departamento de Filosofía en la Universidad de Princeton.

En la esfera de lo privado, comienza a despedir a seres muy queridos. En febrero de 1969, muere su maestro Karl Jaspers. En 1970, su esposo Heinrich Blücher sufre un infarto en octubre y poco después muere. Ella le sobrevivió cinco años. Tras el gran vacío por la pérdida de Heinrich, su gran compañero, vive momentos de intensa soledad. Era muy independiente y tenía un gran sentido de individualidad, pero necesitaba amar intensamente tanto como respirar. En esos años encuentra cierto apoyo en su correspondencia con Heidegger y en su gran amiga, la escritora americana Mary McCarthy.

A lo largo de su vida mantuvo una amplia correspondencia con amigos e instituciones. Cabe destacar la que sostuvo con Martin Heidegger y Karl Jaspers, con el sionista Kurt Blumenfeld, con Mary McCarthy y con Heinrich mientras viajaba anualmente por Europa.

En estos últimos años, marcados por el vacío que habían dejado su esposo y su maestro, su obra experimentó un giro. Volvió su mirada al interior del alma. Después de una vida volcada al papel del individuo en el espacio público, volvió a interesarse, como en su juventud, por las manifestaciones de nuestro mundo interior. Entre 1973 y 1974, realizó un ciclo de conferencias en la Universidad de Abderen, Escocia, sobre «La vida de la mente».

La intensa vida de Hannah va llegando a su fin. El 10 de mayo 1974 sufre un infarto de corazón. Cuando se recupera, realiza, en 1975, un último viaje a Europa. Viaja a Marburgo, Tenga y Friburgo, donde tiene un último encuentro con Heidegger. Finalmente, el 4 de diciembre de 1975, cuando tiene sesenta y nueve años, muere por un paro cardíaco en su piso de Nueva York. Siempre soñó estar activa hasta el final de su vida y lo logró.

Su despedida fue emotiva. Mary McCarthy dijo al conocer la noticia de su muerte: «Siendo Hannah Arendt, debió de sentir que el servicio, la misión para la cual había nacido, estaba terminada. En ese sentido era religiosa. (…) Se sentía obligada, vinculada como por un contrato por sus dones otorgados por naturaleza, desarrollados por sus profesores –Jaspers y Heidegger– y trágicamente enriquecidos por la historia».

Jerome Kohn, en nombre de sus alumnos, afirmó que «fue uno de los grandes maestros de nuestro tiempo» por sus grandes conocimientos pero, sobre todo, por la generosidad con que los transmitía.

Alfred Kazin escribía de ella: «Marx, Platón, Hegel, Heidegger, Kant, Kafka, Jaspers, Montesquieu, Nietzsche, Duns Scoto… (…) El mundo se le antojaba, sin lugar a dudas, una jerarquía, y en lo alto de lo más alto se encontraba siempre un gran pensador. (…) Ella citaba, citaba, citaba. (…) La vida estaba tejida con individuos paradigmáticos, los grandes pensadores. Ellos poseían a Hannah, eran los filamentos de su cerebro». Hannah fue una gran discípula y seguramente por eso fue una gran maestra. Solo aquellos que sienten un amor profundo por el conocimiento y sus transmisores pueden convertirse, a su vez, en grandes comunicadores del mismo.

Karl Jaspers, su gran maestro, decía de ella: «Emigrante desde 1933, habiendo deambulado por medio mundo, mantuvo su espíritu íntegro a pesar de las infinitas dificultades. (…) Su independencia interior la hizo ciudadana del mundo; su fe en la fuerza singular de la Constitución americana y en el principio político que había perdurado, después de todo, como relativamente el mejor, la convirtieron en ciudadana de los Estados Unidos. De ella aprendí cómo era aquel mundo del mayor experimento en libertad política, y cómo ver, por otra parte, las estructuras del totalitarismo mejor de lo que había sido capaz de entenderlas antes. (…) Con ella podía razonar de nuevo, como lo deseé durante toda mi vida. Siempre busqué una atmósfera de completa confianza, carente de prejuicios mentales».

Pero la persona que estaba visiblemente más emocionada en la despedida de Hannah Arendt era su asistenta. Sally era negra y tenía un hijo con una inteligencia despierta. Cuando Hannah le conoció, sugirió a su madre que no debía ir a la escuela pública, así que le costeó sus estudios independientemente del sueldo que pagaba a su madre. Se dice que la grandeza de un ser humano no se mide por sus grandes actos públicos, por sus libros o conferencias, sino por cómo trata, con sus gestos cotidianos, a las personas cercanas. Este ejemplo dice mucho de la humanidad de Arendt.

Se han publicado numerosas obras póstumas a partir de sus notas y conferencias, entre las que cabe destacar en 1978, tres años después de su muerte, Los judíos como parias y La vida del espíritu, esta última, después de haber sido revisada por Mary McCarthy.

La obra y el alma de Hannah Arendt

La obra de Hannah Arendt cada vez es más conocida y valorada como uno de los grandes legados del pensamiento del siglo XX por su profundidad, independencia y humanidad. Periódicamente se celebran cursos en universidades de todo el mundo para rescatar el valor y la actualidad de su obra. Sus trabajos interdisciplinares son un referente para filósofos, politólogos, historiadores y filósofos. Desde 1995 se entrega el Premio Hannah Arendt al pensamiento político en Bremen, y desde 1993 existe el Instituto Hannah Arendt para el Estudio del Totalitarismo, en Dresde. En Alemania, con la entrada del siglo XXI, se potencia su recuerdo a través de placas en los lugares donde residió y dando su nombre a escuelas, plazas y calles.

A través de su vida y de la inspiración de su obra, hemos descubierto toda la fuerza de su alma. Tenía un asentado sentido de individualidad, no se dejaba encasillar en ningún estereotipo humano. No gustaba de ser clasificada como filósofa académica. Su terreno de acción fue «la tensión entre la filosofía y la política, entre el hombre como ser que filosofa y el hombre como ser que actúa»[2].

Era elegante e intensamente femenina, independiente, fuerte y decidida. Y aunque desde joven transgredió convencionalismos sociales que limitaban a las mujeres, no quiso nunca ser asociada con ningún movimiento feminista.

Su obstinación intelectual la llevó a razonar sobre todo para poner un poco de luz en este, a veces, irracional mundo. Era humilde y coherente. Mostraba una gran convicción en sus acciones, sentimientos e ideas, fruto de intensas experiencias vitales y profundas reflexiones. Pero quizá, su característica más sobresaliente era su intenso sentimiento de sociabilidad y de amor mundi[3], que le hacía ir más allá del odio de los totalitarismos y de sus propios dolores vitales para poseer una esperanza inquebrantable en las posibilidades constructivas de las acciones humanas.

«Al final de nuestra vida, descubrimos que solo es verdadero aquello a lo que hemos podido continuar siendo fieles» (Hannah Arendt).

 

BIBLIOGRAFÍA

Guitiérrez de Cabiedes, Teresa. El hechizo de la comprensión. Vida y obra de Hannah Arendt. Madrid, Ediciones Encuentro, 2009.

Young-Bruehl, Elisabeth. Hannah Arendt. Barcelona, Editorial Paidós, 2006.

Adler, Laure. Hannah Arendt. Barcelona, Ediciones Destino, 2006.

Jaspers, Karl. Philosophical Memori. The Philosophy of Karl Jaspers. Nueva York, Tudor Publishing Company, 1957.

[1]    Unser Kind, diario de su madre, Martha Cohn, sobre Hanna. Se halla en los Hannah Arendt Papers de la Library of Congress (74-89).

[2]    Entrevista de Günter Gaus para la televisión de Alemania occidental, 28 de octubre de 1964.

[3]    Amor al mundo.

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