Alicia de Larrocha

La barcelonesa Alicia de Larrocha está considerada como una de las mejores pianistas del siglo XX y ha sido la mejor embajadora de la música española en sus actuaciones por todo el mundo. Ofreció su primer recital a los seis años y debutó con orquesta en 1934, cuando contaba once años, en el Palau de la Música, interpretando a Mozart. También compuso a lo largo de toda su vida.

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Alicia de Larrocha y de la Calle fue una gran pianista que nació en Barcelona (España) el 23 de mayo de 1923 y murió en su ciudad natal el 25 de septiembre de 2009, tras toda una vida dedicada a la música. Está considerada como una de las mejores pianistas del siglo XX y ha sido la mejor embajadora de la música española en sus actuaciones por todo el mundo. A la pregunta que le hizo un periodista tras uno de sus últimos conciertos en el Teatro Cervantes de Málaga sobre cómo conseguía sus genuinas y extraordinarias interpretaciones de Falla y Granados, contestó con su providencial humildad natural y su orgullo de ser española: «Creo que principalmente se debe a que tengo familia y orígenes por toda España: Andalucía, Navarra, Castilla, Extremadura…».

Hija de Eduardo de Larrocha y Teresa de la Calle, fue la tercera de cuatro hermanos. Su madre y su tía Carolina de la Calle eran discípulas del gran Enrique Granados, y la pequeña Alicia creció respirando un ambiente familiar enriquecido por la mejor música, empezando a tocar el piano desde muy pequeña. A los cinco años entró en la Academia de Frank Marshall, discípulo y colaborador de Granados, formándose en la tradición pianística marcada por este compositor y siendo siempre fiel a las enseñanzas del gran pedagogo que fue Marshall, que desde entonces se convirtió en su único maestro.

Todos consideraban que poseía unas facultades excelentes y poco comunes para tocar el piano, pero ni su familia ni su maestro quisieron que sufriera la explotación que suelen padecer los niños prodigio durante su infancia, y sus apariciones en público se limitaron siguiendo siempre el criterio de sus mayores. Ofreció su primer recital a los seis años, el 14 de mayo de 1929, en la Academia Marshall, interpretando obras de J. S. Bach, Mozart y Granados, y fue el compositor Joaquín Turina quien escribió la introducción al programa, expresando la sorpresa y la admiración que había sentido escuchando tocar a aquella niña de talento excepcional.

Su debut con orquesta tuvo lugar el 28 de octubre de 1934 –cuando solo contaba once años– en el Palau de la Música, con la Banda Municipal de Barcelona dirigida por el maestro Joan Lamote de Grignon, interpretando el Concierto para piano y orquesta n.º 26 «de la Coronación» K. 537, de Mozart, concierto que repitió en Madrid el 1 de abril de 1936, esta vez acompañada por la Orquesta Sinfónica y dirigida por Enrique Fernández Arbós.

Durante los tres años de la guerra civil española, su carrera sufrió un paro forzoso que nuestra protagonista aprovechó para estudiar nuevas obras y componer algunas piezas de juventud. Según su discípula Marta Zabaleta, Alicia de Larrocha empezó a componer desde los seis años y continuó componiendo a lo largo de toda su vida: «Nos hace gracia lo bien hechas que están sus obras. Si no hubiera tenido tanto éxito como pianista igual hubiera seguido como compositora, quién sabe», especula Zabaleta, quien recientemente presentó la edición de un doble CD con buena parte de las obras de su maestra en su faceta como compositora.

Terminada la guerra, Alicia continuó sus estudios escolares además de los de su carrera musical y trabó una amistad profunda con la soprano Victoria de los Ángeles, nacida también el mismo año en Barcelona y unos meses más joven que ella. De esta amistad nacería una aclamada colaboración artística que más adelante llevaría a la canción española de sus contemporáneos Falla, Turina, Mompou y Montsalvatge por los más importantes escenarios y auditorios internacionales.

A partir de 1940 Alicia de Larrocha empezó a dar recitales de piano por toda la península, preparándose para el salto internacional que se produjo en 1947 con una gira por Europa.

En 1950 se casa con el también pianista Juan Torra, con quien tuvo dos hijos: Juan Francisco y Alicia, teniendo ahora que compatibilizar su vida familiar con el ascenso de su ya imparable carrera, gracias –según ella misma contaba a la prensa– a la bondad y la generosidad de su marido, que renunció a su propia carrera y se puso a dar clases para sufragar el inicio de sus giras por Estados Unidos. Cuando la carrera de la pianista despegó, él cuidó de sus hijos mientras ella pasaba seis meses al año de media al otro lado del charco. «Fue mi héroe, lo dejó todo por mí y se dedicó a mí toda la vida», decía ella emocionada en una entrevista a la prensa. Su hija, Alicia, lo corrobora: «Sin mi padre no hubiese podido tener una familia, viajar y tocar. Él era su puntal». No hay lamentos sobre las ausencias maternas, ya que la pianista era una mujer de fidelidad extrema a su familia y a sus amigos; escribía una carta diaria a su marido y tenía un contacto continuo con todos. Ella amaba a su familia, se preocupaba por saber si los niños comían bien o si tenían cualquier problema, desviviéndose siempre por ellos.

En 1953 debutó en Londres y dos años más tarde saltó a Estados Unidos, donde su carrera continuó sin interrupción hasta el final. La última gira para despedirse de su público la realizó ya cumplidos los ochenta y siguió tocando hasta su muerte, a los ochenta y seis años, a causa de un proceso cardiorrespiratorio que la tuvo internada varios días.

Fueron innumerables las distinciones y premios recibidos a lo largo de su dilatada carrera, pero ella siempre los creía inmerecidos y los agradecía llena de humildad. Su hija, Alicia Torra, afirmaba tras su muerte que su madre «vivía exclusivamente para la música, aunque rechazaba todo lo que rodea al mundo de los artistas. Su carrera no solo se debió a su talento –continuaba–, sino también a mi padre, quien renunció a su carrera para hacerse cargo de mi hermano y de mí; la apoyó siempre, la impulsó y le ayudaba con los programas… Mi madre tenía una timidez enfermiza, una humildad que iba más allá de lo normal, y creía que no se merecía la carrera que estaba haciendo. Tuvo muchos momentos de dudas, y allí estaba mi padre para darle ánimos y confianza. No sabía lo que eran las vacaciones: cuando estaba en casa en un alto de sus giras, ella siempre estaba estudiando. Incluso en Navidad se levantaba en los postres porque decía que tenía que estudiar».

El crítico musical Enrique Franco decía de ella que «fue una artista madura en plena juventud y conservó siempre la misma frescura en su madurez». Y la gran pianista portuguesa y fiel admiradora suya Maria Jôao Pires afirmaba que Alicia «todo lo tocaba con una profunda comprensión de la música».

Su repertorio fue extenso, no solo español, sino también centroeuropeo: Schumann, Mozart, Beethoven y los impresionistas Ravel, Debussy, Fauré… Pero su caballo de batalla había de ser la Suite Iberia de Albéniz, en cuya interpretación nadie la ha superado; la tocaba de forma increíble, pues siempre tuvo las manos pequeñas para una partitura que exige una notable extensión de los dedos. Sentada ante el gran piano de cola parecía como una niña perdida, pero apenas iniciaba la música se convertía en una artista extraordinariamente madura que nunca se permitió la más mínima concesión. Su interpretación era algo natural, como si brotara de la pura lógica de la partitura, y es que Alicia de Larrocha había nacido para tocar el piano y embellecer el mundo con su música, dejando un legado extraordinario para la historia de la Humanidad.