Emily Dickinson

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La obra de la poetisa estadounidense Emily Dickinson ha sido elogiada como una de las más grandes de habla inglesa de todos los tiempos. Vivió apartada del mundo y solo publicó en vida cuatro poemas, frente a los más de dos mil que hoy conocemos y que siguen sumando seguidores doscientos años después de su muerte. La fuerza de su lenguaje se debe a la condensación de su pensamiento, a la concisión en las palabras que manifiestan todo su poder evocador.


Emily Dickinson, la lúcida y solitaria poetisa  
La obra de Emily Dickinson, poetisa estadounidense, ha sido elogiada como una de las más grandes de habla inglesa de todos los tiempos, por su especial sensibilidad, misterio y profundidad, expresión de ética y transparencia.
Emily Dickinson fue una importante poetisa estadounidense, creadora de una lírica excepcionalmente personal, que trata con una gran inteligencia temas universales como el amor, la muerte y la inmortalidad. Nació el 10 de diciembre de 1830, en Amherst (Massachusetts), en el seno de una familia puritana y severamente religiosa, que llevaba ocho generaciones viviendo en Nueva Inglaterra. Estudió en la academia de Amherst y en el seminario femenino de Mount Holyoke, South Hadley, en Massachusetts.
Contexto histórico
Emily Dickinson nació en tiempos anteriores a la Guerra de Secesión, cuando fuertes corrientes ideológicas y políticas chocaban en la sociedad de clase media-alta estadounidense.
Incluso los hogares más acomodados carecían de agua caliente y de baños dentro de la casa, y las tareas hogareñas representaban una carga enorme para las mujeres (aunque, por su buena posición económica, la familia Dickinson disponía de una sirvienta irlandesa), por lo que Emily, preocupada por obtener una buena educación, constituía un caso raro para la sociedad rural de la Nueva Inglaterra de su época.
La severa religiosidad puritana se hacía presente en todas partes, y prácticamente la única expresión artística aceptada era la música del coro de la iglesia. La ortodoxia protestante de 1830 consideraba las novelas «literatura disipada»; los juegos de naipes y la danza no estaban permitidos; no había conciertos de música clásica y no existía el teatro. La Pascua y la Navidad no se celebraban (al menos hasta 1864, cuando se estableció la primera Iglesia Episcopal en Amherst, que introdujo estas costumbres) y no se toleraban otras reuniones de mujeres solas más que el cotidiano té entre vecinas.
Una vez fundado por el abuelo y el padre de Emily el Amherst College, la unión entre este y la Iglesia comenzó a formar misioneros que salieron de Amherst para propagar los ideales protestantes por los rincones más remotos del planeta: el ocasional regreso de alguno de estos religiosos introdujo nuevas ideas, visiones y conceptos en la conservadora sociedad del pueblo, que de este modo comenzó a tomar contacto con el mundo exterior y se inclinó a abandonar las viejas costumbres y creencias más rápido que otras zonas de la región.
El padre de Dickinson fue un abogado culto y austero, miembro del Congreso y tesorero del Amherst College, según el estilo burgués de Nueva Inglaterra. Dickinson (1830-1886) estudió en la Academia de Amherst y en el Seminario Femenino de Mount Holyoke, en Massachussets, donde recibió una rígida educación calvinista que dejó huellas en su personalidad y a la que se enfrentaría con su carácter escéptico. A través de Benjamín F. Newton, conoció muy temprano la obra de Emerson. También leyó a Thoreau, a Hawthorne y a Beecher Stowe.
La vida de Emily Dickinson
Dickinson, que fue una joven activa y llena de vida, se retiró de la sociedad a los veintitrés años. Tenía conciencia de su propia vocación, casi mística, y a los treinta, su alejamiento del mundo era ya absoluto, casi monástico, manteniéndose únicamente en contacto con amigos a través de sus enigmáticas y epigramáticas cartas.
Retirada en la casa paterna, se dedicaba a las ocupaciones domésticas y garabateaba en pedazos de papel (con frecuencia, ocultados en los cajones) sus apuntes y versos que, después de su muerte, se revelaron como uno de los logros poéticos más notables de la América del siglo XIX. En su aislamiento, solo vistió de color blanco.
A partir de entonces y hasta su muerte, Dickinson escribió una poesía muy original. La primera figura literaria de la época en darse cuenta de su valía como poetisa fue el clérigo y escritor Thomas Higginson, que a pesar de reconocer su genio y ser su único mentor literario y corresponsal, le aconsejó no publicar su obra porque iba en contra de las convenciones literarias de la época.
Sin embargo, su otra amistad literaria, la novelista Helen Jackson, intentó infructuosamente convencerla para que publicara un libro de poemas, y a pesar de que en vida solo llegó a publicar siete, después de su muerte se encontraron entre sus papeles 2000 poemas, algunos de los cuales solo eran fragmentos.
A partir de este material, Higginson y Mabel Loomis Todd, una amiga de Amherst, editaron la primera selección de sus obras, Poemas (1890), que tuvo un gran éxito popular. Investigaciones recientes sugieren que hubo dos personas importantes en su vida que ejercieron cierta influencia en su poesía: Charles Wadsworth, un clérigo de Filadelfia, y Otis P. Lord, un amigo de su padre.
La mayoría de los poemas de Emily están escritos en unas pocas combinaciones de versos yámbicos de tres o cuatro pies, en breves estrofas.
Varió los efectos de la rima empleando también rimas asonantes (por ejemplo, -tune con -pain), un recurso muy utilizado por los poetas del siglo siguiente. Su lenguaje es sencillo, pero su sintaxis compleja dibuja una rica variedad de connotaciones a partir de palabras corrientes. Sus imágenes y metáforas derivan de una profunda observación de la naturaleza y de una imaginación a menudo tan juguetona en su pensamiento e ingeniosa en la expresión como la de los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII.
Las primeras ediciones eliminaron su uso característico de guiones, que expresaban el ritmo y fuerza de su pensamiento. La combinación de temas universales expresados con un intenso sentimiento personal y su utilización de formas del verso familiares confieren a su poesía lírica una franqueza mística comparable a la que encontramos en la obra del poeta inglés William Blake.
La edición completa de su poesía, con la puntuación y estilo tipográfico originales, no se publicó hasta 1960. En 1958 se publicó una edición en tres volúmenes de su correspondencia. Dickinson murió el 15 de mayo de 1886.
Uno de sus biógrafos escribió acerca de su naturaleza poética: «Era una especialista de la luz». Su escritura puede ser descrita como producto de la soledad, del retiro de cualquier tipo de vida social, incluida la relativa a la publicación de sus poemas. De ella dijo Jorge Luis Borges: «No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar la amor y acaso imaginarlo y tenerlo». Algunos de sus poemas reflejan la decepción que sufrió por un amor (dirigía cartas a un hombre al que llamaba «Master», del que no se conoce su verdadero nombre), y la ulterior sublimación y proyección de ese amor a Dios.
Sus primeros poemas fueron convencionales, según el estilo corriente de la poesía en esos momentos, pero ya a comienzos de 1860 escribió versos más experimentales, sobre todo en lo que respecta al lenguaje y a los elementos prosódicos. Su escritura se volvió melódica y a la vez precisa, despojada de palabras superfluas y exploradora de nuevos ritmos, unas veces lentos y otras veloces, según el momento y la intención y no como un patrón rígido, como era usual. Su poesía devino intelectual y meditativa, sin que esto supusiera una merma de su sensibilidad.
Actualmente algunos especialistas subrayan esa complejidad intelectual, pues por lo general la crítica había jerarquizado su lirismo como un valor supremo, o su feminidad como categoría poética que la separaba de los demás autores norteamericanos. En su poesía pesan la extrañeza y la oscuridad como cualidades esenciales, y la sutilidad dialéctica entre las imágenes, las sensaciones y los conceptos. Influyó en poetas posteriores (como E. Bishop, A. Rich, W. Stevens y otros) por esa capacidad de crear un lenguaje a la vez metafísico y emotivo.
Únicamente cinco de sus composiciones poéticas fueron publicadas, con carácter anónimo, durante la vida de la autora. Hasta pasados cuatro años de su muerte no se publicó su primer poemario; posteriormente, a lo largo de sucesivas ediciones, llegaron a rescatarse alrededor de 1800 poemas. No fue hasta a partir de 1920 cuando Dickinson alcanzó su posición prominente en la historia de la literatura norteamericana. En este aspecto, constituyó una fecha notable el año 1924, en el que su sobrina Martha Dickinson Bianchi publicó The Life and Letters of Emily Dickinson, texto al cual opuso Geneviève Taggard en 1930 The Life and Mind of Emily Dickinson.
La poesía de Emily Dickinson
La obra de Dickinson es copiosa y desigual; muchos textos son piezas fragmentarias, pero en los mejores poemas, todos breves, se revela una fuerza excepcional de expresión, una concisión que es la condensación del pensamiento o de la impresión en una «evocatividad» metafísica como solo se encuentra en algunos de los mejores poetas de nuestro tiempo. A esto se une una forma nítida, segura, que logra los máximos efectos con medios muy simples, y un personalísimo ritmo desarrollado usualmente en poemas de ocho o doce versos, de ordinario dos cuartetos yámbicos o bien tres cuartetos con rima ABCB.
Sus composiciones se agrupan en diversos apartados: «La vida» («Life»), «La naturaleza» («Nature»), «El amor» («Love»), «El tiempo y la eternidad» («Time and Eternity»), lo que da una idea de las líneas de su inspiración. La naturaleza, con sus desconcertantes leyes, encuentra en Emily Dickinson una comentarista aguda y serena que, como en el poema «Muerte y vida» («Death and Life»), sabe expresar, en el consabido esquema de los dos cuartetos, uno de los más tormentosos problemas que turban la mente y el corazón del hombre:
En apariencia sin sorpresa
para la flor feliz,
el hielo, jugando, la decapita
valiéndose de su momentáneo poder.
El rubio asesino prosigue,
el sol avanza sin conmoverse
a medir otro día,
para un Dios que lo aprueba.
En los poemas que tienen como tema el amor (todos ellos inspirados por la única e infeliz pasión de la poetisa), domina la nota personal, y la feminidad de Dickinson, casi siempre sofocada, halla aquí a veces un desahogo. Son, sin embargo, rarísimos los gritos de pasión; más a menudo, Dickinson nota, con delicada sensibilidad, las pequeñas alegrías de un casto sentimiento correspondido o el sentimiento por lo que nunca podrá ser.
No es, sin embargo, en este grupo donde se hallan sus logros mejores. El tiempo y la eternidad, descubriendo más vastos y menos personales horizontes interiores, le dan mayor libertad y felicidad de expresión. Así, en «Ha habido una muerte en la casa de enfrente» («There’s been a Death in the opposite house»), hallamos la sobria y casi prosaica descripción de lo que, mirando por la ventana, se puede adivinar de la casa de enfrente por su aspecto externo: «Los vecinos se mueven dentro y fuera, el coche del doctor se va. Una ventana se abre mecánicamente, de golpe, de un modo súbito; alguien saca un colchón. Los niños pasan apretando el paso, se preguntan si Eso se muere allá arriba. Así hacia yo, de niña. El sacerdote entra tranquilo como si la casa fuese suya… y después la modista, y el hombre de la triste profesión, para tomar las medidas de la caja». Dickinson logra comunicar al lector el sentido trágico y conmovedor de la muerte humana, con sus pequeñas ceremonias siempre iguales, con sus exterioridades tan míseras, frente al misterio. Misterio al que Dickinson no tiene miedo:
No he visto nunca una landa,
nunca he visto el mar,
y sin embargo, sé cómo está hecho el yermo,
y sé lo que debe ser la ola.
Nunca he hablado con Dios,
nunca he visto el Cielo,
y sin embargo, conozco el lugar
como si tuviese un mapa de él.
Los versos comprendidos en el apartado «Un solo sabueso» («A single Hound») se inspiran siempre en los mismos temas, pero tienen el semblante más vivo, menos cuidado. La variedad y la intrepidez de los ritmos se enfrentan con una incierta y menos profunda actitud mental. Es difícil encuadrar a la Dickinson en una época o en una escuela. Toda su obra expresa un tormento sutil a través de una intensa castidad estilística, y la meditada exigüidad de los medios formales y literarios da lugar a logros reservados a artistas verdaderamente geniales que siguen conmoviendo la sensibilidad actual.
De indiscutible peso en el canon occidental (Harold Bloom la sitúa en lo más alto del suyo), a Emily Dickinson el éxito no la visitó en vida. Es ya lugar común hablar de su encierro, de su escritura desatada (temporadas en que escribía 300 poemas al año) y de su aversión a publicar: murió con apenas siete poemas publicados con seudónimo y dejó en casa cientos de cuadernos, con apuntes, diarios y cartas.
La poeta americana fue contemporánea de Walt Whitman, y a su lado ha venido envejeciendo con idéntica buena salud. Del autor de Hojas de hierba apuntó: «No he leído el libro del señor Whitman, me dicen que es vergonzoso». A juicio de Laura Freixas, la frase es reveladora. ¿Fue por vergüenza que la poeta decidió recluirse y escribir para sí misma? «Para una dama como ella, exponerse era rebajarse», comenta la escritora, que apunta también a un «componente de clase». Ofrecer sus poemas era –así lo veía– una «subasta de la mente que solo la pobreza podía justificar».
«Fue muy ambigua; de hecho, admiraba a mujeres de éxito en su tiempo, como George Eliot, George Sand o las hermanas Brönte. Creo que pensó que no era necesario, que suponía de algún modo prostituir su arte, y además temía que eso le quitara tiempo y capacidad de concentración para completar su obra», añade la autora de Libro de las madres. María-Milagros Rivera Garretas y Ana Mañeru llevan años trabajando en la traducción de la poesía completa de Emily Dickinson, de la que ya han salido los dos primeros tomos. Rivera tiene su explicación al proverbial silencio público de la poeta: «Le horrorizaba el precio de la fama y consideraba que los editores no entendían su obra: no toleraba que le corrigiesen la sintaxis o los signos de puntuación, tan característicos de su poesía».
Puntuación selvática, la llamaba. «Ese ritmo ruptural y novedoso que algunos traductores muy equivocadamente corrigen, quitándole su respiración», según Luis Antonio de Villena. Con ella –con sus poemas– se han peleado poetas y estudiosos dispares, de Juan Ramón Jiménez (el primero en celebrarla entre nosotros) a Lorenzo Oliván, de Manuel Villar Raso a José Luis Rey. «Es una escritura que puede resultar compleja, pero en la que no es difícil entrar, pues todo está escrito para decir algo, para significar», comenta Rivera.
Por qué nos gusta Emily Dickinson
La poesía de Emily Dickinson suma lectores doscientos años después de su muerte, tan fascinados por su obra como por su escurridiza figura (se conservan dos imágenes de ella: un daguerrotipo y una pintura). Es un misterio, el de su vida, que, en palabras de Laura Freixas, se traslada directamente a sus poemas, donde «lo que narra está claro, pero es muy difícil de comprender totalmente». La imaginería, las complicadas alegorías de Dickinson, han generado debates y una libertad interpretativa de lo más estimulante. Freixas dará en la Fundación Juan March su propia interpretación del célebre poema que comienza diciendo: «Sentí un funeral en mi cerebro». Es una pieza que da la medida de lo que es la poesía de Dickinson: «Ni siquiera es posible saber el punto de vista desde el que se narra, si es un rapto de lucidez o una crisis de locura».
La muerte es uno de los grandes temas dickinsonianos, como lo es la duda religiosa, la naturaleza fría (nada sentimental), la creación artística o el matrimonio, el amor o el erotismo. Bloom ha dicho que «Dickinson es una poeta más grande de lo que todavía sabemos apreciar», y Laura Freixas está de acuerdo: «Yo creo que es una poeta grandiosa, una intelectual completa, cuestionadora del lenguaje, de las definiciones, de la naturaleza, abstracta y concreta a la vez, sensual y emocional». Rivera considera que su pensamiento ha sido fundamental para artistas y filósofos posteriores, como Simone Weil. «Emily Dickinson fue un ejemplo de integridad y perseverancia, una artista que no hizo ninguna concesión», concluye Freixas. Rivera acaba en términos parecidos: «Es un ejemplo de grandeza femenina; fue independiente de todo y de todos y tuvo un canon propio y a la vez universal».
Bibliografía
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1647
https://es.wikipedia.org/wiki/Emily_Dickinson
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dickinson.htm
http://www.literaturas.com/v010/sec1001/libros_resenas/resena-05.html