Margaret Mead

Mujeres Geniales - Ciencia

Margaret Mead, antropóloga estadounidense, quiso investigar si muchos comportamientos eran producto de la naturaleza humana o de una cultura concreta. Para ello fue a la Polinesia con 23 años, sin saber ningún idioma ni haber viajado anteriormente. Demostró que el respeto y la comprensión entre culturas permite evolucionar a cualquier ser humano aprendiendo lo mejor que cada una puede aportar. Defendió los derechos humanos y la conservación del medio ambiente.


Margaret Mead, una antrópologa norteamericana en los mares del sur

Margaret Mead, desde que nace (en 1901), respira y se alimenta en el ambiente familiar de un interés por el conocimiento y la educación del ser humano. Su abuela era maestra y le enseñó botánica, y también la inclinó por el estudio de las ciencias naturales. Sus padres eran educadores, y sus antepasados, directores de escuela en el Ohio del siglo XIX. La madre, Emily, era una pionera en sociología, que llevaba a cabo estudios etnográficos sobre los inmigrantes italianos. Cuando salía a entrevistar a familias italianas, llevaba a la joven Margaret, que iba tomando notas y entrenándose así para su futura carrera de antropóloga. A partir de esas experiencias y de sus cambios de escuela en los alrededores de Filadelfia, desarrolló un enfoque de la educación con un fuerte componente experimental, que guarda cierta semejanza con el modelo de «aprender haciendo» de John Dewey. No se trataba de aprender solo con la cabeza, sino también con las manos y con el corazón.

Aunque estudió psicología y trabajó como profesora de psiquiatría en la Meninger School y en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cincinatti, parece que su inclinación por las ciencias sociales la llevaron a doctorarse en Antropología. Sus biógrafos hablan de la juventud de Margaret como una muchacha apasionada y muy entregada a conocer todo aquello que le abriese puertas y senderos a la comprensión del ser humano, así como a divulgar y llevar esos conocimientos y experiencias a la sociedad de su tiempo, inmersa ya en la vorágine de la tecnología y la industrialización.

Su primera experiencia como investigadora de Antropología, con veintitrés años de edad, la llevó a Samoa, en la Polinesia. Recordando este su primer viaje escribió: «Durante el verano de 1925, cuando me despedí de mi familia y de mi marido, Luther Cressman, contaba con el valor que da la total ignorancia. Había leído todo lo que se había escrito sobre los pueblos de las islas del Pacífico, conocidos en el mundo occidental a través de los viajes del capitán Cook y me interesaban profundamente los procesos de cambio cultural. Nunca había viajado en barco, hablado un idioma extranjero o permanecido sola en un hotel. En realidad, no había estado sola ni un solo día de mi vida».

Fruto de este trabajo de campo, fue el libro que se convirtió en un best seller titulado Coming of age in Samoa, traducido como Mayoría de edad en Samoa.

Este estudio fue propuesto por su maestro, el antropólogo Franz Boas. Durante seis meses convivió con los nativos observando y anotando sus experiencias con jóvenes comprendidos entre los ocho o nueve años hasta los diecinueve o veinte aproximadamente. Era imposible –cuenta la antropóloga norteamericana– saber con certeza la edad de una samoana.

Margaret se propuso detectar si este periodo de profundas convulsiones, que marca angustiosamente el final de la niñez en la civilización occidental, acontecía también en una sociedad nativa, inmersa en una vida de contacto con la naturaleza en toda su plenitud, en estas islas paradisiacas de la Polinesia. Su objetivo era aportar, según los resultados de la investigación, referencias precisas acerca de los límites entre naturaleza humana y cultura; confirmar, si fuera el caso, la sospecha de que muchas de las cosas atribuidas en Occidente a la naturaleza humana correspondían, en realidad, a precisas y concretas estructuras culturales.

La respuesta dada a estas cuestiones no deja lugar a dudas. La juventud samoana no atravesaba por ningún periodo que ni remotamente pudiera compararse al de la crítica adolescencia de las sociedades contemporáneas. Los comportamientos compulsivos del joven occidental, el deseo de rebelión contra la autoridad, la perentoria necesidad de afirmación del yo, la religiosidad como un modo de compensar la culpa, etc., no tenían lugar entre los jóvenes de las islas. El tránsito de la niñez a la condición de adulto era entre los samoanos indoloro.

Los pensamientos y estudios de Margaret Mead nos aportan interrogantes que llevan a revisar el pensamiento judeocristiano y la orientación de la educación tradicional occidental, que durante un tiempo se impuso al resto del mundo. Ella nos propone reflexionar sobre la posibilidad de poder vivir de una forma natural y no traumática las etapas de la vida del hombre en su paso por la tierra.

Esto no significa que Margaret propusiera una regresión a etapas primitivas de la humanidad, y lo deja bien claro en sus estudios antropológicos. Propone, más bien, el desarrollo de la capacidad humana para comprender, respetar y aprender lo mejor de otras culturas que ayuden en la evolución y el progreso de todos los seres, en concordancia también con el entorno que le rodea sin agresiones al medio ambiente y a los demás seres que habitan el planeta. Consideraba también que los patrones de racismo, belicismo y explotación ambiental eran costumbres adquiridas, y que la sociedad humana era capaz de modificar dichos esquemas para construir nuevos principios humanitarios totalmente distintos.

Margaret trató de ser un buen ejemplo de ciudadana que trabajaba por terminar con la segregación racial y fomentaba los derechos humanos a la vez que compartía sus ingresos personales con otros. Fue miembro del Consejo de Administración de la Universidad de Hampton, en una época en que estaba reservada a la educación de afroamericanos e indios americanos.

Le interesaba reunir indicaciones sobre familiares y amigos de cada persona que encontraba y sobre el género y la diversidad en la cultura norteamericana. Para ella, los estudiantes extranjeros constituían una fuente adicional de información y opiniones. Sostenía que ellos sabían cosas que ella ignoraba.

Cada persona que encontraba contribuía a su indagación sobre los seres humanos, a los que consideraba como una especie con muchas culturas. Margaret Mead tomó ideas de todo el mundo y removió las creencias medulares de los norteamericanos sobre la adolescencia y el aprendizaje. Pero el objetivo de Mead, como señalan algunos autores, no es la crítica cultural sino la construcción cultural.

Una reflexión interesante de sus estudios sobre las capacidades de la juventud es que consideraba que hay un tipo de personas inadaptadas que no lo son por tener una debilidad física o mental, sino porque sus disposiciones innatas chocan con las normas de su sociedad. Sus experiencias vitales le fueron de gran ayuda en su trabajo de campo en Papúa-Nueva Guinea, donde pudo observar modelos de educación que hacían hincapié en un conjunto de talentos muy diferentes de los que se esperarían de los escolares norteamericanos. Esto nos recuerda el trabajo de investigación del también psicólogo de Harvard, Howard Gardner, sobre las Inteligencias múltiples.

El mensaje de Margaret Mead, por tanto, es de comunicación y encuentro entre culturas.