Jacqueline du Pré

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Jacqueline du Pré fue una virtuosa del violonchelo, llena de alegría de vivir y simpatía. Nació en Inglaterra en 1945 y, antes de cumplir los veinte años, debutó en el Carnegie Hall de Nueva York, interpretando el Concierto para violonchelo y orquesta de Elgar, en una versión de referencia todavía hoy. Se casó con Daniel Barenboim, lo que forjó una de las relaciones más fructíferas en el mundo de la música. Se retiró con veintiocho años en la cima de su carrera por causa de una esclerosis múltiple y falleció en 1987.


Jacqueline du Pré, la violonchelista de la eterna sonrisa

Esta joven violonchelista nos dejó prematuramente en 1987, víctima de una esclerosis múltiple que la obligó a retirarse, con tan solo veintiocho años, ante la imposibilidad de seguir actuando en público y en la cumbre de su carrera artística. Jacqueline du Pré fue una gran artista, una virtuosa apasionada de su instrumento, a la que muchos han llamado «el ángel de la eterna sonrisa» por su alegría de vivir y su contagiosa simpatía hacia todos los que la conocieron.

Su nombre completo era Jacqueline Mary du Pré y nació en Oxford (Inglaterra) el 26 de junio de 1945. Su familia era de clase media acomodada, con una marcada inclinación musical por parte de todos sus miembros y, desde muy pequeña, ella se sintió atraída por la magia del chelo, siendo muy pronto catalogada de «niña prodigio» en los ambientes musicales.

Todo comenzó a la edad de cinco años, cuando escuchó por primera vez en su casa, a través de la radio, el sonido de un violonchelo. Se quedó profundamente impresionada y, a pesar de su corta edad, aquella audición marcó el rumbo de su vida. A partir de ese momento comenzó una vertiginosa carrera hacia la fama. Su madre, cuando comprendió que ya no podía hacerse cargo de su formación, la envió a Londres junto a su hermana mayor para que ambas pudieran estudiar en el conservatorio. A los diez años, gana un concurso internacional de interpretación y, cinco años después, recibe la medalla de oro de la Guildhall School. Estudia con diversos profesores en las mejores escuelas de Inglaterra y recibe clases magistrales con los más destacados violonchelistas del momento (Casals, Rostropovich…). Con dieciséis años ofrece su primer concierto en público en el Wigmore de Londres y, a partir de entonces, comienza una vertiginosa carrera que la llevará a dar conciertos por toda Europa y América.

En 1965, cuando aún no había cumplido los veinte años, debutó en el Carnegie Hall de Nueva York con la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la dirección de John Barbirolli, interpretando el Concierto para violonchelo y orquesta de Elgar, una de sus especialidades, en una versión de referencia todavía hoy, que nadie ha logrado superar en belleza. La intensidad y la pasión con que interpretaba, así como su singular visión de algunas obras, la elevaron a la cumbre en muy pocos años.

En las Navidades de 1966 conoce a Daniel Barenboim, el pianista y director argentino, tres años mayor que ella, del que se hizo inseparable compañera y con quien formó pareja artística y sentimental. Se enamoró perdidamente del músico hasta el punto de convertirse por él al judaísmo para casarse en Jerusalén en una boda relámpago, rodeados de todos sus amigos del mundillo musical. El mismo David Ben Gurion y su esposa Paula asistieron a la boda. Fue una de las relaciones más fructíferas en el mundo de la música, casi comparable a la de Clara Wieck y Robert Schumann, aunque, desgraciadamente, mucho más breve.

Con el también violinista judío Pinchas Zukerman, Jacqueline y Daniel formaron un trío que se hizo legendario, como es igualmente legendaria la interpretación que hicieron del Quinteto de la trucha, de Schubert, con Itzahak Perlman en la viola y Zubin Mehta –el que hoy es un gran director–, tocando el contrabajo. La grabación de esta famosa actuación de los cinco músicos es digna de escuchar y también de ver, pues conserva toda la frescura y el buen ambiente que reinaba entre ellos. Todos eran muy jóvenes por aquel entonces, pero tenían entre ellos una extraordinaria complicidad, un entusiasmo y un buen hacer, que convirtió su versión de esta preciosa obra en la preferida de muchos aficionados y musicólogos, siendo, todavía hoy, una interpretación de referencia para la historia de la música.

El éxito siguió acompañando a Jacqueline en sus giras, pero, por desgracia, los años de triunfo iban a terminar muy pronto. En julio de 1971, en la cima de su carrera como intérprete y codeándose con los más grandes músicos del momento, rodeada de éxitos y del cariño y admiración de todos, comenzó a perder sensibilidad en los dedos, comprobando horrorizada que esto le impedía cada vez más poder tocar con la precisión y delicadeza que siempre la habían caracterizado. Sufriendo terriblemente, tuvo que ir disminuyendo sus actuaciones en público y, tras varias recaídas y toda clase de intentos para recuperarse, anunció su retirada en 1973, con tan solo veintiocho años. Mientras le fue posible y cuando ya casi no podía ni coger su adorado chelo, se dedicó a la enseñanza, aceptando con su eterna sonrisa el alto precio de la prueba a que fue sometida por el destino.

Pero sus manos ya no le respondían, poco a poco fue perdiendo toda movilidad y hubo que ponerla en una silla de ruedas. Su dulce aspecto físico de niña buena se fue deteriorando de tal forma que ahora producía escalofríos solo mirarla, pero quizá lo peor para ella fue que nunca perdió la lucidez de su estado, siendo perfectamente consciente de los dolores y el sufrimiento de un deterioro progresivo hasta su muerte el 19 de octubre de 1987. Tenía cuarenta y dos años. Su esposo confesó años más tarde que solo la música fue capaz de ayudarle a superar la dolorosa pérdida de Jackie. Fue enterrada en el cementerio judío de Londres y en su tumba crece un bello rosal de rosas alpinas cuyas flores llevan su nombre.

¿Será verdad lo que decía Menandro de que aquel a quien los dioses aman, suele morir joven?