Madre Teresa de Calcuta

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La madre Teresa de Calcuta nació en 1910 en Albania. A los dieciocho años inició su vida de misionera católica en la India. Enfermó de tuberculosis y pasó dos años en las montañas para curarse. Cuando regresó tenía una nueva misión: la de ayudar a los más necesitados entre los necesitados. Sus casas de ayuda se multiplicaron en la India y luego en otros países. Explicaba que la peor enfermedad que existe hoy es el no sentirse amado. Intentaba transmitir que más allá del sufrimiento existe la capacidad de percibir a Dios y entender que la vida es bella. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1979.


Madre Teresa de Calcuta, una vida de amor a los demás

Su misión era ayudar a los más necesitados entre los necesitados.

Existen personajes en la historia de los que todos hemos oído hablar y pensamos conocer por tener presente alguna de sus hazañas, alguna de sus obras. Pero, como con todas las cosas, cuando investigamos y tratamos de profundizar, descubrimos un manantial de colores nuevos que embellecen y dan mayor vida a sus obras, las llenan de sentido.

La madre Teresa de Calcuta es una mujer popular, ganadora del premio Nobel de la Paz en 1979. Su ejemplo se extendió e inspiró buenas obras, su nombre a todos nos es conocido… pero muchas veces, su persona, sus inquietudes y descubrimientos quedan alejados de nuestra comprensión. Tratemos de acercarnos un poco a su vida interior, llena de lecciones de amor y piedad.

La madre Teresa nació un 26 de agosto de 1910 en Albania; era la más pequeña de tres hijos. Su padre era contratista de obras e importador, y su madre era una persona estricta pero muy cariñosa. La muerte temprana de su padre hizo que la situación familiar se volviese más dura, pero Agnés, que era así como se llamaba Teresa, disfrutó en general de una infancia feliz. En su adolescencia entró a formar parte de un grupo de gente joven de su parroquia local, conocido como Hermandad, y al vivir esa experiencia Agnés se interesó muchísimo por el mundo de los misioneros.

A los dieciocho años se lanzó como misionera católica a través de una congregación irlandesa que realizaba trabajos en la India. Pero antes de ir, marchó a Irlanda y aprendió inglés, lo cual le permitió después convertirse en maestra de la Escuela Superior-Convento Loreto de Santa María de Calcuta, en enero de 1929. El 24 de mayo de 1931 eligió el nombre de santa Teresa de Lisieux, que fue una mujer con vocación misionera, pero que a causa de una enfermedad dedicó su vida a enseñar los caminos espirituales sencillos, sanos… donde el sacrificio, la generosidad y el amor sirven de guía.

La madre Teresa enseñó geografía y catequesis, aprendió hindi y bengalí y en 1944 fue promocionada al cargo de directora de la escuela. Eran tiempos difíciles y la falta de buena alimentación y recursos hizo que enfermara de tuberculosis y tuviese que alejarse a las montañas a reposar y recuperarse durante casi dos años. Al volver, supo que tenía una nueva misión y era la de ayudar a los más necesitados entre los necesitados.

Tenía la extraordinaria cualidad de la armonía entre la contemplación y la acción, había percibido una gran necesidad en los seres humanos que la rodeaban y pasó a la acción para tratar de paliarla. Tenía una fe total, una devoción absoluta por servir a Dios, pero a su vez, poseía la más ardiente y emprendedora de las voluntades. Esta fabulosa mezcla dio lugar a un camino de vida en el que muchos quisieron participar, tratando de ser útiles al mundo en el que vivían y, a su vez, vivir profundamente su acercamiento a lo divino. Esa voluntad movida por el amor, hizo que su actitud tuviese en cuenta los pequeños detalles del aquí y el ahora, mezclado con una visión más amplia de la vida eterna, que le permitió ser práctica, fuerte, realista, pero contemplativa y mística a la vez.

Las personas que formaban parte de la congregación vivían con lo imprescindible, eran austeros; aún hoy en día lo son. No tienen más de lo que tienen los pobres a los que ayudan y su labor, sobre todo, se fundamenta en ayudar a los más necesitados, como pobres, niños abandonados, moribundos y personas que sufren enfermedades largas. A todos, ella trataba de transmitir que más allá del sufrimiento existe la capacidad de percibir a Dios y entender que la vida es bella. Siempre transmitió que lo verdaderamente importante es amar desinteresadamente, sin límites, a todos los seres humanos. Explicaba que el acercamiento a Dios no era un lujo para unos pocos elegidos, sino una necesidad vital, un deber para todos, porque lo divino está cerca de todos.

Ella servía a su Hijo, Jesús, pero entendía perfectamente que había diferentes creencias, y su mensaje y propósito era impulsar a los seres humanos a hacer el bien por amor, a servir a Dios, le llamasen como le llamasen a ese Dios. Su mensaje era para cristianos y no cristianos. No será hasta 1965 cuando las misioneras de la Caridad se conviertan en una sociedad de derecho pontificio en Roma, pero entre estos años, son tantos los trabajos de Teresa y de todos los hombres y mujeres que quisieron seguir su camino, que pocos años después había más de veinticinco casas de ayuda en la India. Con los años fue extendiéndose a todos los países.

La madre Teresa enseñaba a hacer las pequeñas cosas con mucho amor. Parece sencillo, pero no lo es, no resultaba fácil. Ella lo relacionaba con el amor, la dación como sacrificio. Explicaba que cuando realmente estamos dando amor es cuando tenemos cierta dosis de dolor, de sufrimiento, porque eso significa que estamos dando algo de nosotros mismos. También explicaba que cuando uno comprende lo que significa dar, no dan con dolor, sino con alegría, porque el sufrimiento lleva implícito en su esencia, una enseñanza, y esa enseñanza es el verdadero amor por los demás.

«La alegría es amor, la alegría es plegaria, la alegría es fuerza. Dios ama a la persona que da con alegría, y si uno da con alegría, da cada vez más. Un corazón alegre es el resultado de un corazón que arde de amor».1

Un admirador de la madre Teresa editó unas tarjetas con las que ella pudiese transmitir cuál era su búsqueda y camino. Dice así:

El fruto del silencio es la oración.

El fruto de la oración es la fe.

El fruto de la fe es el amor.

El fruto del amor es el servicio.

El fruto del servicio es la paz.2

En estas frases podemos sintetizar sus consejos y enseñanzas, la razón de por qué tuvo una vida totalmente altruista, por qué logró tocar el corazón de los que la rodeaban.

Explicaba que en el silencio del corazón es donde habla Dios. Lo que importa no es lo que nosotros decimos, sino lo que Él nos dice y transmite. Por eso aconsejaba que cada día, fuese a través de oraciones o reflexiones, o simplemente, en un momento de quietud, el ser humano tenía que hablar con Dios y entonces, sin duda, encontraría el porqué de todas sus acciones y sentiría que, en realidad, su sentido de vida era ser canal para que la voluntad de lo divino pudiese manifestarse.

Opinaba que en los tiempos modernos que corren y, sobre todo, en las grandes ciudades, es muy difícil tener un poco de silencio. Más bien al contrario, los ruidos estruendosos y el movimiento continuo acelerado hace que no tengamos tiempo para el silencio y, así, el ser humano está constantemente ocupado, distraído, y cuando está solo tiene miedo. Y tiene miedo porque siente un vacío en su interior, y ese vacío es porque falta el contacto con Dios… falta llenar la vida espiritual.

«Conocerse y creer en uno mismo permite conocer y creer en Dios.

El conocimiento de uno mismo produce humildad y el conocimiento de Dios produce amor».3

Teresa explicaba que la peor enfermedad que existe hoy en el mundo occidental no es la tuberculosis o la lepra; es el hecho de no ser deseado, de que nadie nos ame, de que no se preocupen de nosotros. Las enfermedades físicas pueden curarse con medicinas, pero el único remedio para la soledad y la desesperación es el amor. Y explicaba que su labor no era solamente llevar comida o ropa a una persona necesitada, sino poder amar a la persona de verdad. Para ello se debe tomar contacto con ella, intimar, compartir y estar atento para poder ser útil en lo que nos necesite. No debemos buscar el fruto del amor, se debe dar por deber, y nuestras acciones fluyen de quienes somos, y esa es la recompensa: ser nosotros mismos.

Entre las virtudes que podemos destacar de la madre Teresa podríamos mencionar la fidelidad a sí misma; siempre fue fiel a su deber, tenía claridad sobre su destino y no hubo nada ni nadie que pudiera desviarla. Otra gran virtud es la bondad y la capacidad de comprender al ser humano con profundidad, teniendo en cuenta más lo que nos une que los que nos separa. Podríamos decir que fue una enamorada en búsqueda del camino del amor, del amor humano unido al divino, de su fe en Dios y su compasión por el ser humano. Y así fue su vida, sencilla, humilde, sin muchas pretensiones personales, pero con una inmensa capacidad de amar.

Me gustaría traer a la memoria aquellas oraciones que más cerca tenía de su corazón y que reflejan su motor interno, su belleza y nobleza. El camino de purificación y profundidad espiritual que la llevaban a acariciar a Dios:4

Señor, conviérteme en tu canal de paz

para que donde haya odio, pueda llevar amor;

donde haya mal, pueda llevar el espíritu del perdón;

donde haya discordia, pueda llevar la armonía;

donde haya error, pueda llevar la verdad;

donde haya duda, pueda llevar la fe;

donde haya desesperación, pueda llevar la esperanza;

donde haya sombras, pueda llevar la luz;

donde haya tristeza, pueda llevar la alegría;

Señor, permite que desee dar consuelo más que recibirlo;

entender, más que ser entendido;

amar, antes que ser amado;

Porque es olvidándose de uno mismo como uno se encuentra.

Es perdonando como uno es perdonado.

Es muriendo como uno despierta a la vida eterna.

***

Amado Señor,

ayúdame a esparcir tu fragancia allí donde vaya.

Anega mi alma con tu espíritu y vida.

Impregna y posee todo mi ser

hasta que mi vida sea mero resplandor de la tuya.

Resplandece a través de mí y sé en mí

para que todas las almas que me rocen

sientan tu presencia en mi alma.

¡Deja que alcen la mirada y ya no me vean a mí,

sino a ti, oh Señor!

Quédate conmigo y empezaré a brillar como tú brillas,

con un brillo que iluminará a los demás.

Y esa luz, oh Señor, saldrá de ti, no será mía;

serás tú iluminando a los demás a través de mí.

Deja que te glorifique como tú más amas,

iluminando a los que me rodean.

Deja que predique sin predicar, no a través de la palabra,

sino de mi ejemplo, de una fuerza arrebatadora.

La influencia de la compasión en lo que hago,

la patente plenitud que el amor de mi corazón te profesa.

1 Extracto del libro Amar hasta que duela, de Madre Teresa de Calcuta.

2 De la oración a la paz, de Madre Teresa de Calcuta.

3 Extracto del libro Camino a la sencillez, de Madre Teresa de Calcuta.

4 El primer poema es de San Francisco de Asís. El segundo poema es del Cardenal J.H. Newman

Bibliografía

Ven, sé mi luz: las cartas privadas de la santa de Calcuta. Editorial Planeta, 2009.

Donde hay amor está Dios. Madre Teresa de Calcuta. Editorial Planeta, 2014.

Teresa de Calcuta: la madre de los pobres. María Fernández de Córdova. Editorial Biografía Joven, 2012