Sarah Bernhardt

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Singular, multifacética y enigmática, Sara Bernhardt es una de las personalidades más brillantes en la historia de las artes escénicas. Nació en 1844 en París, de padre desconocido, y sus contemporáneos la apodaron «la divina Sarah» porque apasionó a los más diversos públicos. Su fama se extendió por Europa y América y llenó casi todo un siglo de la vida teatral de Francia transformando la concepción del arte dramático. Inspiró a Alejandro Dumas La dama de las camelias, y a Oscar Wilde su obra Salomé, y se rindieron ante su talento interpretativo grandes escritores como Victor Hugo o Mark Twain.


 

Sarah Bernhardt

(París, 23 de octubre de 1844-París, 26 de marzo de 1923)

Singular, multifacética, enigmática, única. Sara Bernhardt es una de las personalidades más brillantes que ha conocido la historia de las artes escénicas.

La fecha y lugar de su nacimiento han suscitado numerosas controversias. Se ha dicho que nació en Bretaña… o en Normandía. Se ha dicho que era alemana, que había nacido en Frankfurt, que era argelina, judía, holandesa, húngara y hasta americana. Desde su primer viaje a Estados Unidos, en 1880, media docena de Bernhardt reivindicaron su paternidad. Y la misma Sarah se encargó de no despejar nunca el misterio de su nacimiento.

Henriette Rosine Bernard fue el nombre que le puso su madre, Julie Bernard, cortesana afincada en París, quien probablemente un 23 de octubre de 1844 alumbró a Sarah Bernhardt, nombre artístico que posteriormente adoptó la célebre actriz. No se sabe con certeza quién fue su padre, aunque se cree que fue el duque de Morny, medio hermano de Napoleón III, el emperador de Francia en esos momentos.

Sarah Bernhardt, llamada por sus contemporáneos «la divina Sarah», «la de la voz de oro», fue una sublime actriz que apasionó a los más diversos públicos, pero también una mujer con sus extravagancias, sus debilidades, sus costumbres exóticas, que escandalizaba a los pacíficos ciudadanos de París.

En aquel tiempo en que la radiotelefonía, el cine y el periodismo especializado aún no se habían entregado a la tarea de crear y destrozar falsos ídolos con la velocidad de una estrella fugaz, la fama de Sarah se extendió por toda Europa y América.

Gozó a lo largo de toda su vida de un gran éxito y, si bien es constante el homenaje de admiración, ya que no siempre de simpatía, de todos los públicos, también le sigue, hostil y antipático, el rumor de las habladurías que provocan en todas partes sus costumbres extravagantes. Entre ellas está su famoso zoológico privado, en el que tenía desde un cocodrilo hasta un león, un tigre o un mono, al que le puso por nombre Darwin. Más estrambótica fue su costumbre de descansar en un ataúd, que se había hecho fabricar con todo el lujo posible.

Las multitudes que se volcaban en las calles de las grandes capitales del mundo para aclamar a Sarah admiraban a la artista, pero no comprendían a la mujer. ¿Cuál fue el signo característico de la vida tumultuosa de Sara Bernhardt? Una fuerza interior contradictoria y poderosa, que la impulsó toda su vida en busca de una esencia de perfección y de belleza.

En sus memorias, tituladas Mi doble vida, con gran sinceridad escribe: «Dotada de una imaginación vivísima y de una extremada sensibilidad, la leyenda cristiana cautivó mi corazón y mi espíritu. El hijo de Dios fue mi culto y la Virgen de los Dolores mi ideal». Dado que la mayor parte de su infancia transcurrió en el convento de Grands Champ, hasta que a los quince años ingresó en el Conservatorio de Arte Escénico de París, no es de extrañar que soñara con ser religiosa. Pero el destino reservó para ella otro camino y se entregó en cuerpo y alma a su oficio-arte de actriz, haciendo también notables incursiones en el mundo de la pintura, de la escritura y de la escultura.

La personalidad artística y la intensa vida de Sarah llenó casi todo un siglo de la vida teatral de Francia. Casi se puede decir que transformó la concepción del arte dramático.

El arte de interpretar en ese momento era una forma fría, una declamación muy distanciada del espectador. El telón se alzaba y el actor o la actriz «hacían» su papel, de acuerdo con unos cánones bastante rígidos y muy poco sinceros. Pero el estilo de interpretación de Sarah se alejaba de los excesos y de las sobreactuaciones. Basándose en la naturalidad y acompañada de una voz que envolvía al espectador, cuando Sarah actuaba, lo que se percibía era una intensa calidez humana. La actriz es una mujer que desde el escenario está hablando a sus contemporáneos de sus desengaños, de su felicidad o de su aflicción.

La actriz, de la que en sus inicios se había dicho que tenía poca carrera por delante, que era muy delgada, demasiado para dedicarse a la escena, que incluso era desgarbada, feúcha…, se convirtió poco a poco gracias a su gran fuerza de voluntad y a su talento en lo que hoy llamaríamos una superestrella internacional, antes de la existencia de Hollywood.

La personalidad de Sarah Bernhardt estuvo, por así decirlo, a la altura de las circunstancias. Fue de esas personas que «vistieron el cargo». En ningún momento se olvidó, ni fuera de la escena ni dentro de ella, de que era la primera actriz de Francia. Tal vez el título de su autobiografía, Mi doble vida, sea una metáfora de esta doble situación. Sarah era capaz de entrar en la escena del teatro y tocar lo más íntimo del corazón, desnudar el alma tras los ropajes de los personajes que interpretaba, y, a la vez, era capaz de salir de escena y «crear» un personaje viviendo una intensa y tumultuosa vida a la altura de los personajes que encarnaba en la ficción.

Inspirada en su propia vida, Alejandro Dumas escribió La dama de las camelias, cuyo argumento, con pequeñas variaciones, describe un episodio de su vida. Solo hace falta cambiar el nombre de Margarite Gautier por el de Sarah Bernhardt y el de Armando Duval por el del príncipe Henri de Ligne, cambiar la actividad de la dama de las camelias de joven cortesana a la de actriz, y veremos que un pequeño velo separa la ficción de la realidad. A los veintidós años Sarah estuvo a punto de abandonar el teatro para casarse con el príncipe Henri de Ligne, padre de su hijo ilegítimo Maurice, pero la familia del novio se interpuso y logró impedir su boda. En la obra de teatro, es el padre del joven Armando el que en secreto visita a la cortesana, y esta, a pesar del amor que siente por Armando, entiende todas las barreras sociales y morales que impiden esa unión. Sarah no lo cuenta en sus memorias, pero parece ser que un tío del príncipe de Ligne le señala los inconvenientes sociales que acarrearía su boda con el noble príncipe, y fue la propia actriz quien provocó la ruptura al aceptar un contrato de trabajo en el teatro Odeón. Años más tarde se dice que el príncipe de Ligne quiso traspasar a Maurice su título de nobleza y su fortuna, pero que el joven prefirió continuar llevando el apellido de su madre.

Si tuviéramos que destacar los valores humanos más importantes de Sarah Bernhardt, podríamos decir que poseía una fuerza de voluntad y una valentía propias de un espíritu de lucha apto para cualquier empresa, tanto en su vida personal como en el teatro.

Vivió con la misma pasión que ponía en sus representaciones y así como no dudó en tener un hijo siendo madre soltera, se convirtió en la primera mujer empresaria del mundo del espectáculo, gestionando las producciones de distintos teatros de París. Dotada de una gran generosidad, convirtió el teatro Odeón durante la guerra franco-prusiana que enfrentó a Francia y Alemania, en un improvisado hospital en el que instaló un centenar de camas, donde ella misma se encargaba de curar y animar a los heridos.

Su carrera de actriz duró cincuenta y seis años. Empezó en 1866 y terminó en 1922, poco antes de morir. Actuó en unas 125 obras, siendo algunas de las más destacadas de su repertorio, Fedra, Teodora, Hamlet, donde actuó representando indistintamente el papel de Ofelia y el de Hamlet. Sus facultades interpretativas la llevaron en más de una ocasión a representar papeles masculinos con gran éxito. Pero tal vez su obra más interpretada sea La dama de las camelias, de la cual se dice que la representó más de mil veces.

Seguir sus pasos en el mundo de la actuación es verla incansablemente representar sus obras por numerosas ciudades de Europa, América y Rusia. Continuó actuando aun cuando la amputación de una pierna había reducido sus posibilidades interpretativas.

Fue una gran protectora del pintor y cartelista Alphonse Mucha, quien la inmortalizó en algunos de sus más hermosos carteles, dando un gran impulso al Art Nouveau francés. Inspiró a Oscar Wilde su obra Salomé, y se rindieron ante su talento interpretativo grandes escritores como Victor Hugo o Mark Twain, quien llegó a decir: «Hay cinco clase de actrices: las buenas, las malas, las regulares, las grandes actrices y… Sarah Bernhardt».

Estaba rodando una escena de La Voyante cuando Sarah Bernhardt se desmayó. Pocos días después, el 26 de marzo de 1923 fallecía en brazos de su hijo.

Más de cien mil personas vieron pasar el féretro cargado de flores y coronas. La circulación de las calles de París se interrumpió y desde las veredas y balcones la gente se agolpaba para ofrecer el último adiós a aquella que durante su fulgurante vida había merecido el nombre de La divina Sarah.

Bibliografía

Círculo de amigos de la historia: Sarah Bernhardt, de Natacha Molina.

Memorias de Sarah Bernhardt, Mi doble vida.

Vida de Sarah Bernhardt, de G. G. Geller.

Las grandes amantes de la historia, de José María Tavera.